Hace aproximadamente tres años, se estrenaba la primera entrega de Percy Jackson, titulada El ladrón del rayo, y el resultado no fue el esperado ni por los productores, ni por el público, ni por la crítica. Un inicio irregular para una historia que se mete con la mitología griega (más bien la tritura) y que propone a un adolescente bastante particular: es nada menos que hijo de Poseidón, con todo lo que eso implica, sobre todo para la cabeza del escritor Rick Riordan y del guionista que adaptó el texto.
El mar de los monstruos es el título de esta nueva incursión, etiqueta que de entrada no augura demasiada esperanza para el espectador. En esta oportunidad, el joven Percy (un monocromático Logan Lerman) tiene que salvar a la humanidad de unos monstruos amenazantes que están por salir del lugar que los contiene.
Esa tarea deberá llevarla a cabo con la ayuda de sus compañeros y de un hermano cíclope que aparece en la vida del principal protagonista. Para lograr el éxito, deben ir en la búsqueda del vellocino de oro (en la mitología griega, era el vellón del carnero alado Crisomallo).
Esta mescolanza de seres, dioses, semidioses y demás yerbas, seguramente es el resultado de pretender interesar a un público infanto-juvenil, pero es un pecado recurrente de la industria que termina como un pelotazo en contra.
Anodino. Lejos de cumplir con la premisa de generar interés a lo largo del relato, El mar de los monstruos certifica aquel lugar común de que segundas partes nunca fueron buenas. En este caso, la sensación se potencia habida cuenta de que la primera película no fue precisamente una obra maestra.
El director Thor Freudenthal parece haber trabajado a reglamento, al igual que el elenco completo de actores, y no se nota nada más que el propósito de tomar un trabajo, terminarlo y a otra cosa.
Suele pasar en esta clase de filmes que la falta de contenido y la ausencia de buenas ideas trata de suplirse con una catarata de efectos especiales (y en este caso, también con el apoyo de la tecnología 3D). Pero en el actual universo de la cinematografía más pochoclera, la calidad de los efectos especiales pasó a ser una obligación, por lo que la corrección de El mar de los monstruos en este aspecto no puede por sí sola sostener una buena performance.
Es cierto también que el género de aventuras debe cargar desde hace unos años con el peso de luchar contra el fenómeno provocado en su momento por productos como Harry Potter o Las crónicas de Narnia. De todas formas, es de esperar que a los productores se les caiga alguna idea mejor, o el rubro seguirá perdiendo un terreno que por ahora siguen ganando las cintas de animación.