Pobre mitología
A esta altura parece una verdad de perogrullo comprobar un axioma tan básico en Hollywood como los indicios de decadencia de la industria del entretenimiento: todo lo que pasa por el tamiz hollywoodense se bastardea, despedaza y banaliza. Pero si a eso le sumamos el vil negocio de seducir al público teenager, cautivo tras la finalización de la saga más sobrevaluada de la historia del cine como Harry Potter tenemos como resultado la apelación a otra saga dirigida al público menudo, que se mete nada menos que con la mitología griega para hacerse un picnic y quitar todo rasgo de complejidad y seriedad a relatos e historias de una riqueza narrativa sin parangones.
Lisa y llanamente, eso es y será la saga Percy Jackson, cuyo origen literario se ancla a su par literario Percy Jackson y los dioses del Olimpo, del escritor estadounidense Rick Riordan, que cuenta con cinco novelas. El comienzo cinematográfico de este despropósito se remonta al año 2010 con la introducción del personaje en la primera película Percy Jackson y el ladrón del rayo, donde se cimentan las bases de esta mitología pocket con el protagonismo del hijo del dios Poseidón (Logan Lerman), quien además de enterarse de ese pequeño detalle también comienza a conocer que entre los mortales viven los semidioses y que Estados Unidos se parece mucho al Olimpo (no el equipo de fútbol).
Más allá de la mediocridad habitual de todo tipo de relato para adolescentes, el principal problema de esta saga se multiplica en la segunda entrega, Percy Jackson y el Mar de los Monstruos, dirigida en piloto automático por Thor Freudenthal –recuérdese que su antecedente cinematográfico es Hotel para perros-, es decir, un héroe que no es héroe; villanos que tampoco tienen peso de villanos; referencias a la cultura pop estadounidense y torpeza narrativa en general.
¿Cómo salvar entonces un relato donde la palabra aventura parece un holograma defectuoso y las peripecias a las que se someten los héroes niveles de videojuego con baja resolución de pantalla? Eso sintetiza a grandes rasgos esta nueva propuesta en la que el grupo de descendientes de dioses del Olimpo, léase Percy, Clarisse (Leven Rambin) y Annabeth (Alexandra Daddario), hija de Atenea, acompañadas por el sátiro Grover Underwood (Brandon Jackson) y un nuevo personaje, medio hermano del protagonista que viene a representar al diferente porque tiene un solo ojo debido a su origen ciclópeo llamado Tyson (Douglas Smith) hacen de las suyas.
La misión de estos muchachos no es otra que buscar el Vellocino de oro en manos del cíclope Polifemo para así recuperar la seguridad del campo mestizo y resucitar a Thalía (no la cantante que alguna vez fue virgen), hija de Zeus que se sacrificó para proteger a sus compañeros del ataque de un minotauro robotizado, pariente de algún Transformer segregado de la saga de Michael Bay.
Así las cosas, y fieles a la premisa que reza la unión hace la fuerza, la aventura –término demasiado grande para el caso- nos traslada al ya mencionado Mar de los monstruos, donde se supone el público debería abrir la boca deslumbrado mientras ingesta pochoclo por ese despliegue visual sin precedentes que no es tal.
El resto es más de lo mismo y claro tratándose de semi dioses nadie va a pretender que haya un muerto o algo parecido para que la emoción de la épica aflore y la misión se torna prácticamente imposible si dependemos pura y exclusivamente del carisma de Percy, que al igual que Harry Potter le queda bastante grande el traje de héroe pero a diferencia del mago con anteojos acá no hay magia que lo salve.
Pobre mitología.