Figuritas
Percy Jackson y el Mar de los Monstruos (Percy Jackson: Sea of Monsters), film que juega con la mitología griega en clave teenager es la secuela de Percy Jackson y el Ladrón del Rayo (Percy Jackson & the Olympians: The Lightning Thief) del 2010. En esa primera parte, situada en la actualidad, contaba que los dioses tenían hijos con humanos. Percy Jackson (Logan Lerman), hijo de Poseidón, era uno de ellos. Frugal y liviano film de domingo, esa primera “aventura” encajaba para la poca pretensión del público al que estaba apuntado.
Hoy enfrentarse con la segunda parte no cambia demasiado esa ecuación. Otra vez un problema que pone en riesgo el pequeño mundillo de hijos-de-dioses-y-otros que son perseguidos por seres maléficos (que uno no sabe bien de donde salen). Algo así como mitología de figurita, sin dimensión ni profundidad, solo para pegar. En este nuevo álbum se van a sumar otros monstruos, criaturas mitológicas y héroes. Todo en un envase 3D de efectos bastante sencillos.
El detonante de esta secuela es la destrucción del campo de fuerza que protege al campamento donde viven nuestros héroes, obligándolos a buscar el Vellocino de Oro. Le encargan la tarea a la hija de Ares (la “rival” en cuanto a ser el más capo en el campamento) pero Percy se manda igual con sus amigos plus un hermano cíclope (que pobre, tiene el papel de ser comic relief y no pega una) hacía el Mar de los Monstruos. Ahí se viene un monstruo marino, un cíclope, y finalmente, el mismísimo Cronos, padre de los dioses del Olimpo (al menos de los que no se comió). Durante toda esta travesía, que debería ser una de aventuras, se dan situaciones a los tropezones, sin tangibilidad ni emoción. El ejemplo máximo es Cronos y su triste densidad, ese terror absoluto (eso dicta la historia y así lo dibujan) queda resumido a una figurita de computadora. Sin peligro, no hay aventura.
Una saga apuntada claramente al mismo público mágico que el de la saga de Harry Potter pero que ni apoyada en todo el Olimpo logra ser divertida.
La traslación al mundo actual de la mitología podía sorprender en la primera, pero ahora el truco ya no funciona, quedando expuesto el descuido narrativo en medio de un tono simpático que ni siquiera puede hacer funcionar el gran Stanley Tucci (en el papel de Dionisio).
Toparse de casualidad con la primera podía sacar una sonrisa, ver una segunda parte donde se recorre el mismo camino pero con menos gracia, ya no da ni para la mueca.