Es cierto: la originalidad está sobrevalorada. Y, a esta altura del partido, exigirle innovación a una película (o una obra de teatro, o una novela, o una serie) sea quizá pedir demasiado. Pero no por eso deja de esperarse -las expectativas, ese gran problema- algún tipo de creatividad, de mirada propia, de identidad. Algo de lo que carece por completo Perdida, que se inscribe dentro de un cine nacional industrial que se limita a adoptar fórmulas probadas, remanidas, ya vistas infinidad de veces, en general en títulos made in Hollywood.
Más allá de estar basada en la novela Cornelia, de la periodista Florencia Etcheves, una de las principales fuentes de inspiración estética y narrativa de este producto parece haber sido el policial negro escandinavo en general, y en particular la serie sueco-danesa Bron/Broen. Que también miraba, en más de un aspecto, a los estadounidenses, pero tenía un gran hallazgo: una protagonista, la detective Saga Norén, con síndrome de Asperger (que en los últimos años se propagó por varias ficciones). Aquí Saga Norén es Pipa (Luisana Lopilato, masculinizada y afeada ex profeso), que no padece ninguna condición especial, pero sí es solitaria, hosca, extremadamente eficiente y peligrosísima en el combate cuerpo a cuerpo. Y también tiene una relación casi filial con su jefe (Rafael Spregelburd).
Ahora Pipa está ante su caso más difícil: la desaparición de Cornelia, su mejor amiga de la adolescencia, hace catorce años, en un viaje por la Patagonia que ellas dos compartían con otras tres amigas del secundario. La investigación se cerró sin resultados, pero en un nuevo aniversario del trágico suceso, Pipa decide reabrirla.
Se produce una combinación letal: flojas actuaciones y un guión cargado de lugares comunes, extraídos del universo yanqui. Están los villanos malísimos; la cartelera en la que el obsesivo investigador pincha todas sus pistas; la loquita que hace dibujos extraños en su habitación del manicomio; hasta la escena en la que el díscolo y recto policía es suspendido y debe entregar el arma y la placa. Y, desde ya, la paradoja de los esperables giros sorpresivos. Perdida es tan impersonal que podría suceder en Buenos Aires, Malmö, Milwaukee o cualquier parte, menos en la mente y el cuerpo del público.