Un relato de ilusiones y simulacros
En su nuevo film, David Fincher, director de Seven (Pecados Capitales), nos propone un juego en clave de thriller que nos conduce al filo del abismo. Para muchos profetas del Séptimo Arte, esta pieza va camino al Oscar 2015.
Cuesta creer, resulta poco creíble, que la Fox haya tenido a su cargo la producción y distribución de este film. Más aún, con gran asombro, comentamos que el guión fue inmediatamente aceptado; claro está a partir de que la obra original, la novela de Gillyan Flynn ha pasado a ser uno de los más buscados best?sellers de los últimos años. De cualquier manera, no es este un film que pretenda duplicar a un cine de fórmula efectista y previsible; por el contrario, funciona a manera de puzzle en la cabeza de los personajes y en nosotros, espectadores, a quienes se nos invita a acompañar cada movimiento de pieza, cada nuevo giro de la historia (en algunos casos, levemente sugerido) en el entramado de géneros que organizan de manera cartográfica este relato.
Una vez más, su realizador -nacido en Denver, Colorado, en el año '62- permite que asomen en este film las huellas y marcas de su amado Alfred Hitchcock y en relación de descendencias, de su admirado Brian De Palma. En su ya considerable trayectoria, David Fincher ya ha pasado a ser un autor modélico a partir de aquel film del '96, Seven?Pecados Capitales, en la que un detective a punto de jubilarse, (Morgan Freeman) junto a un joven que desea ocupar ese lugar (Brad Pitt), deberán enfrentar un siniestro caso, una cadena y rosario de crímenes, que llevan el símbolo del universo de Dante en su descenso al Infierno.
En aquellos días, la crítica comenzó a ver en este realizador a un profesional que, a partir de una situación propia de un cine de género, planteaba "la pugna entre lo real y lo falso, entre la vida verdadera y los simulacros de vida". Y simultáneamente, en este film no ya de terror, sino de horror, apunta a develar "las raíces filosóficas de patente existencial".
Esta caracterización alcanza, en principio, a la mayor parte de los films de este director, quien a la hora de elegir el nombre para sus films selecciona del extenso paradigma, (igualmente resonante en su tendencia a la serialización), títulos breves, acotados, que apuntan a categorías y conceptos: Seven, TheGame, The Fight Club, Zodiac, y tras The Red Social, nos llega ahora GoneGirl; un film que, para numerosos críticos y profetas del mundo del cine, ya va camino al Oscar 2015. Sí, en cambio, podemos considerar desde este lugar a El extraño caso de Benjamin Button como un título que abre a un desvío, hacia el mismo anclaje en el cuento largo, homónimo, de F. Scott Fitzgerald.
Un mundo de simetrías, de equilibrios en pugna, define el territorio en el que se mueven los personajes de sus films. Y es en ese espacio donde lo cotidiano y lo doméstico, el tedio y la mirada alienada, transcurren, encuentran asidero, sus historias. Con una tendencia a diseñar un relato abstracto, cercano a una pintura no figurativa, la trama de los films de David Fincher se plantea desde el inicio como un acertijo, que transita por lo numérico, formas geométricas y símbolos, que se inscriben desde el rigor del plano en la retina asombrada del espectador.
Entre el dolor y la tragedia, los personajes de sus films, que de manera pausada van dejando asomar insospechadas conductas, nos llevan a reconocer el mundo subterráneo de conductas humanas: simulaciones y enmascaramientos, hipocresía y banalidad, conformismo y decadencia. Un susurrante humor negro se adueña de la historia y nos conduce a un camino de interrogantes que no cesan. Si Perdida, el film que conocimos en estos días, abre desde una voz que se interroga, sobre el cierre del mismo, esas mismas preguntas nos arrojan ya a un espacio abismal diseñado por conductas cómplices y perversas.
Sin renunciar a la matriz de los géneros, antes bien ponerlos en primer plano, Perdida se mira, ya desde el primer tramo, en el espacio de la comedia sentimental, veladamente empalagosa, en los apuntes sobre el melodrama, en el viraje hacia el "cine negro"; el ingreso, de manera fantasmática, al thriller psicológico. Y todo el film, a lo largo de sus dos horas y media (menos un minuto), se plantea como un enigmático juego que abre a la sospecha y a la ilusión óptica; narrado, en principio, desde una doble perspectiva.
Desde el clásico binomio ella y él, y en una fecha clave, un Quinto Aniversario, que lleva a pensar en el elemento Madera, el matrimonio formado por Nick Dunne y Amy,(quien en otro tiempo por su presencia artística había llegado a ser una suerte de joven prodigio, una aplaudida y poderosa revelación) pasarán a ser las bisagras de esta historia. Y es que en ese mismo día, de esa fecha celebratoria, algo va a ocurrir. Y es esto lo que en el mismo transcurrir de los días abrirá a la duda, acusaciones, construcciones de interesadas hipótesis, persecuciones en nombre de actos solidarios. Porque ese mismo día, al regresar a su hogar, este personaje, Nick Dunne, oriundo de Missouri, radicado allí en ese limitado espacio, descubrirá, con estupor, que ella, su amada Amy, ya no está allí.
Así, de pronto, ese matrimonio aceptado por toda la comunidad, espejo de una mirada inmóvil, delineado por la rutina del sin sentido, comenzará a ser blanco de los comentarios de los vecinos, de los medios; quienes en su escalada de encubiertas acusaciones, desatarán una feroz cacería; que, partiendo de una búsqueda, que se asume como solidaria, precipitará en una incesante persecución.
Entre flashes y entrevistas, sombras vigilantes, actitudes egoístas, en ese espacio en que esa imagen de pareja empezará a fracturarse, los diferentes hechos permitirán que se vaya señalando la crisis de la sociedad del bienestar y de la abundancia. Ahora, entonces, la desaparición de Amy, llevará, desde actitudes cínicas, al espacio de los sobrevivientes marginados. Dos mundos que miran hacia lugares diferentes, dos espacios, unidos y separados, por una sospecha.
La sonriente Amy, otrora figura en primera plana, ha desaparecido de la escena familiar. ¿Crimen o secuestro? Como si de un pretexto argumental de un cine de género se tratará, guionista y director, ayudados por la composición de un actor que subraya la inexpresividad de un rostro, como lo sostiene aquí este Ben Affleck que es todo un enigma en sí mismo, van desplegando un trama que apunta a desocultar varios rincones de las conductas de sus personajes, a través de objetos, llamados teléfonicos, cartas que funcionan como indicadores de pista, en este nuevo juego, que se identifica con la caza del tesoro.
Con subrayados de día, mes y hora, en un vaivén temporal que igualmente escapa de la linealidad cronológica, Perdida vuelve a escenificar a través de algunos actos la Ley del Contrapaso que David Fincher ya había elegido como recurso de sus ficciones en Seven. Y que remite a uno de los principios rectores que organizan el descenso de Dante y Virgilio en su paso por los diferentes círculos del Infierno.
De esta manera, David Fincher vuelve a crear un juego de espejos y repeticiones en relación con sus films anteriores y extiende la tensión del arco hasta que la flecha alcance el más allá de los límites. Desde ese momento inicial que se reconoce en la ausencia, que se continúa en la duda y en la intriga, los personajes de Perdida irán asumiendo su natural y oculta ambigüedad hasta confundir los propios reflejos de sus identidades.
Si bien en algunos contados momentos el exceso y el desborde pasan a primer plano, particularmente en uno de ellos, en el que se juega una brutal escalada de violencia y morbosidad, Perdida, ya desde el afiche, el que retrata de manera anómica al personaje masculino, en un terreno incierto, nos va descolocando en cada nuevo movimiento. A la salida del cine, uno de los espectadores, comentaba a otro: "Me hizo pensar en un mecanismo de relojería. ¿Te acordás?. Como en La mejor oferta, de Tornatore.
Ajustada y precisa, construida desde un doble punto de vista, que lleva a que el espectador, por momentos, deba tratar de sostener toda una información, que sólo él va conociendo, Perdida se nos propone desde una labor de construcción, a la que se nos invita en rol de otro participante. Los círculos de Seven, marcados a partir de ese Ley de Contrapaso, aquí también en acto, nos conducen por igual a la obsesión y paranoia de sus personajes. Un deambular frente a espejos deformantes se abre ante nosotros, en un espacio de apacible, mansa, familiar quietud.
El maravilloso mundo de Amy, "Amazing Amy", se irá resquebrajando desde múltiples miradas y ante nuestra mirada. La inocencia de un rostro abrirá las compuertas de otro espacio, al que se nos empujará haciéndonos ver que ya no habrá lugar para la esperanza, en ese mismo retorno a Dante.
En ese territorio en donde la pena de muerte acecha, en el que la voz de un abogado defensor operará como un nuevo reto, los personajes de Nick y Amy han pasado a ser aquello que los demás han guionado. La reconstrucción mediática de los hechos, los equívocos gestos, las permanentes sospechas y comentarios, transforman ese espacio, bucólico y apacible, (al que Amy llegará un día del brazo de su enamorado Nick, obligados por un hecho familiar), en un círculo de amenazas y tenebrismo, de nuevas puestas en escenas, de aceptaciones, de pactos; de siniestros y eternos simulacros.