En su cabeza
Trasposición del best seller de Gillian Flynn (aquí, guionista), Perdida (Gone girl, 2014) ofrece una intriga potente en comunión con el mejor David Fincher.
La filmografía de David Fincher (con grandes obras como Pecados Capitales y Zodíaco, otras buenas como La habitación del pánico y Al filo de la muerte, y un único traspié: El curioso caso de Benjamin Button) da cuenta de su capacidad de generar climas de incertidumbre mediante una puesta en escena “ascética”, en el sentido de su transparencia, su clasicismo cinematográfico. Es cierto que muchas de sus películas apelan a lo mórbido, a lo tenebroso o truculento, pero en ellas importa más el contexto que el efecto en sí. A tono con esa premisa, aquí el realizador quiere que observemos la desencantada historia de Nick y Amy como si fuéramos analistas, poniendo en entredicho cualquier gesto empático de sus dos amargas criaturas.
“Cuando pienso en mi esposa, siempre pienso en su cabeza”, sueltan las primeras líneas del libro y de la película también. Quien reflexiona es Nick Dunne (un preciso Ben Affleck); el objeto de su reflexión en Amy, una bella mujer. Ella fue el objeto artístico de sus padres, quienes ficcionalizaron buena parte de su infancia en una serie de libros infantiles; además de ser esposa y ama de casa, es “la maravillosa Amy”. Por eso, cuando desaparece no sólo tendrá en vilo a su familia, sino también a todo un país que la ha conocido indirectamente. Pero, ¿qué hay en esa cabeza? ¿Cuánto de lo que se presupone de compartido es, en realidad, un rechazo reprimido? ¿En qué momento esa persona a la que se le ha otorgado el rol marital se revela como un espejismo? Perdida, además de un efectivísimo thriller hitchcockiano es (tal vez, por eso mismo) un drama sobre la identidad que le pega una patada al matrimonio, institución nodal que aún se mantiene, firme, aunque el estado del mundo refleje un caos tras otro.
La película transcurre en una buena parte de su metraje (casi dos horas y media) en ese tipo de espacios consagrados al american way of life, en donde el epicentro es la casa familiar. El ojo de Fincher filma con discreta distancia aquellos lugares; sin artificios pero tampoco con pobreza televisiva. Su película ofrece una mirada sobre el reverso más duro; los efectos devastadores del capitalismo, con su lógica de acumulación y asfixiante decadencia económica, que genera no sólo malestar inmediato sino también la degradación de la consciencia. El dinero, el materialismo, el poder de ostentación, aparecen aquí de forma tangencial; todo cobra un espesor distinto cuando vemos que tan cerca de esa casa soñada hay un centro comercial cerrado, atestado de parias; “los otros”, “los que no pudieron acceder”, o “los que fueron expulsados”.
Gillian Flynn transpuso su novela manteniendo su esquema espacio-temporal, que consagra fragmentos del tiempo real con la objetivación de las situaciones que Amy ha dejado escritas en su diario íntimo. En determinado momento, el espectador (que proyecta sobre cada personaje los indicios, las conjeturas, las hipótesis que le aporta el otro) tomará contacto con la resolución de la intriga. Pero el misterio no cesará. Esencialmente, porque la película y el libro formulan dudas más profundas que, liberadas del corset del policial, permiten generar una reflexión (amarguísima) sobre el amor conyugal. Ayudó –y mucho- la decisión de eliminar una serie de personajes secundarios y seguir al pie de la letra aquello que ya tenía en el libro un potencial cinematográfico. Y, además del apuntado trabajo de Affleck, es destacable la labor de Rosamund Pike, una maravillosa Amy.