El cine del engaño y el engaño al cine
Si no aparece nada más irritante, Perdida de David Fincher ya tiene mi voto asegurado en diciembre como la peor película de este año. Claro que cosas como Un mundo conectado de Terry Gilliam o Barbie y la puerta secreta son mucho peores que Perdida. Pero Perdida es una película dañina, tóxica, una de esos “films para dar que hablar” que brilla con luces falsas mientras esconde la mera manipulación para ganar público aspiracional. Una de esas películas para quienes buscan status como espectadores profundos, interesados por la “película-problema” del momento (la promoción va por ese lado, el afiche dice “la película de la que todos hablarán este año”). La categoría a la que pertenecían bodrios de Adrian Lyne como Propuesta indecente y Atracción fatal en sus momentos. O El club de la pelea, uno de las películas más famosas de Fincher (director-enigma y engañoso que también tiene películas excelentes como Zodíaco y Red social).
Perdida tiene una gran cantidad de revestimientos y detalles para venderse, incluso parece estar diseñada de forma más arteramente comercial que artefactos como Transformers. Y no, no es la presencia de Ben Affleck , uno de los pocos elementos más o menos nobles del paquete. Los factores de venta son otros: la sempiterna oferta de “una película sobre el matrimonio” y, claro, sobre sus zonas oscuras, sobre el desamor, etc. (uh, hay matrimonios malos, uh), y cómo la pasión se convirtió en otra cosa, etc. Película para que “se discuta”, sesiones de terapia, para que se hable de los roles del hombre y la mujer, etc. Película para la psicología, para la sociología. También tenemos a la modelo famosa (o modelo-actriz) Emily Ratajkowski en un papel secundario para que exhiba sus famosos pechos y para así darle un “relieve mediático extra” a la película. Claro, en el centro está el asunto de “basada en el best seller de Gillian Flynn”, novelista y periodista que también hizo el guión. ¿Leíste el libro? ¿No lo leiste? ¿Lo leiste antes o después de ver la película? ¿Durante? Conversaciones que vuelven con estas películas, no con las mucho mejores Iron Man, que por suerte no generan demasiados ¿leíste el cómic? El cine es cine, arte impuro según Bazin, pero cine. Y no televisión brillosa basada en best-seller. O al menos no lo era.
Perdida tiene la apariencia de una película pero en su interior lo que hay es una serie (o mini-serie). Parece atolondrada con el tiempo, con cosas que se cuentan a las apuradas y a la vez son tediosas (esto es especialmente notorio en la última hora de sus dos y media). Las abominables actuaciones de Rosamund Pike y Neil Patrick Harris son cruciales: los dos hacen de “personajes refinados”, uno en estupidez obsesiva y enferma, otro en maldad y perfidia. Los dos han sabido ser actores de cine (Pike notoriamente, en Jack Reacher y en otras). Aquí se comportan como “actores de cine en búsqueda de premios”. Por supuesto que los ganarán, el cine está confundido al punto de que la actuación de Affleck -que ya ha encauzado su carrera en el clasicismo- será seguramente menos elogiada que las de estos dos. Lo de Pike, además, por ser protagonista, es especialmente molesto. Se pone intensa, envarada, ridícula, lo que potencia los momentos más torpes y atolondrados del relato: el del mini-golf (un momento ejemplarmente desacertado que aparece por la obligación de disparar un cambio en el argumento; uno de esos cambios dignos de series, o de esos que en un libro se pueden resolver rápido quizás con mayor verosimilitud), el del martillo, todos los de la casa con cámaras y todos los de los últimos minutos. Pike y Harris parecen actuar para una pantalla chica, una pantalla a la que se le presta menos atención y por eso quizás exageren como exageran (ella está al borde de Pierre Nodoyuna). La película sigue la lógica serial -una que necesita acelerar o avanzar ya sea verdadera o falsamente- y se empantana en dar pistas para un lado, en dar pistas para el otro. Podría dar cinco pistas más o cinco menos: no hay cohesión, no hay necesidad, no hay trama, hay una mera línea sinuosa para tratar de sorprender y volantear a cada rato, no hay unidad cinematográfica.
La película busca dotarse de “intriga” y lo hace como si tras ella hubiera gente firmando sucesivos contratos para “un capítulo más” que se agrega sin planificar. Y que tiene que forzar nuestra mirada para que nos interesamos por la entrega que viene. Los personajes -salvo en parte el de Affleck, el de su gemela, el de la mujer policía y el del abogado- son cínicos, malos, tontos o todo eso junto, lo que sea necesario para que la película pueda jugar al “ah, qué astuta que soy”, “qué jugada”, “qué fuerte”. Sobre esto último: se permite algunas líneas vaginales -en mención, en introducción- para que estemos ante una película “adulta” (aunque se ha estrenado con varias funciones dobladas; así estamos). La película, además, es programática en su tesis: tiene que decir algo sobre el matrimonio y para eso al final no sólo lo dice sino debe violentar cualquier lógica (el palo del juguete que es desestimado porque sí y a gran velocidad), el “motivo” para que termine como termina, la explicación atolondrada y veloz del “motivo”. Aquí no hay narración: hay tema, hay “material para que todos hablen”, hay ganchos para que “se comente” en las reuniones (como decía Pauline Kael, ¿hubo alguna vez alguna buena película de la que cual hablara todo el mundo en las reuniones?). Perdida también tiene sus planteos sobre los medios y la sociedad estadounidense, sobre la crisis económica. Le importa decir, aunque no poner en escena de forma medianamente lógica: una casa espectacular, medios manejados por gente cínica que les hablan a un público que se traga cualquier cosa más o menos brillosa si lo “atrapa” por un rato ¿Fincher y Hitchcock? ¿Fincher y De Palma? En Hitchcock y De Palma y los planos -por más que De Palma juegue todo el tiempo con máscaras y no pocas veces con humor- no sólo no evidencian esta torpeza y esta narrativa espástica sino que maravillan y son parte de un entramado, de películas, de obras con unidad.
Hay una línea de defensa de esta película que sostiene la idea de que toda la torpeza y el ridículo son parte de un plan maestro del director de hacer de Perdida una especie de summum paródico, de convertirla en un film-marioneta de su enorme talento como manipulador. De que se trata de un film quebrado en algún punto, ese punto cegador en el que Fincher destroza las expectativas del espectador y lo hace partícipe de un juego brillante. De esta forma también se podrían defender El club de la pelea, The Game y hasta Benjamin Button, todas películas demasiado tramposas, demasiado pomposas, demasiado fallidas para ser verdad cinematográfica (verdad que incluye la posibilidad de mentir). Es algo así como una propuesta de sumisión y sujeción a Fincher, director endiosado una y otra vez. Perdida -dicen algunos- se ríe de todo. Quizás sea así nomás y estemos ante un post cine, ante el entierro definitivo de formas como las de Eastwood (desde ahí habría que entender el fracaso espectacular de Jersey Boys). El cine celebrado como “sofisticado”, entonces, pondría rumbo hacia el cinismo. De todos modos, creo que en el caso de Perdida es, simplemente, que Fincher se equivocó de pantalla. O que hizo el acierto definitivo para estos tiempos: la película con gusto a “cine tan quebrado que parece serie”. Las apariencias, ya lo dijo Sergio Pángaro en la canción “Boogaloo”, no engañan.