Perdida (Gone Girl) es cada uno de los adjetivos que a menudo se le adjudican al cine de David Fincher: obsesivo, vistoso, detallista pero, lamentablemente, también frío y frívolo. La belleza que despliega visualmente el director de Pecados Capitales y Red Social es innegable pero esa obsesión por el detalle penosamente queda ahí, en lo estético-técnico y no se traduce en lo narrativo. Fincher es un autor, no caben dudas al respecto, pero uno que a menudo parece concentrar más su tiempo en qué lente otorga un mejor plano al hecho de si la enorme sucesión de planos, en su conjunto, además está contando una gran historia.
Es en este sentido que Gone Girl, que parte del bestseller de Gillian Flynn (que oficia también de guionista adaptando su propia historia), en donde el film se parece más al Fincher lúdico y absurdo de The Game que el descriptivo y cerebral de Zodiac. No es algo malo necesariamente ello, pero ciertamente tampoco es una buena base equiparable a lo mejor de su carrera. El problema puede que sea la fuente: un bestseller que no se molesta por desmentir el calificativo peyorativo y prejuicioso que a menudo se confiere a éste término, pero a la vez la responsabilidad cae en el director a la hora de juzgar si una escena funciona o no de la manera en que quizás lo hacía en cierta cantidad de páginas. Los mejores realizadores lo entienden: el Tiburón de Spielberg (no el de Peter Benchley) necesita volar en pedazos y no morir harponeado, y El Resplandor de Kubrick (no el de Stephen King) necesita un destino completamente diferente para sus personajes. Y quizás sea éste el mejor director a comparar con la obra de Fincher: el más obsesivo y detallista de todos los tiempos, que al día de hoy aún le lleva una enorme ventaja: comprendía cómo también el más minúsculo detalle tenía que funcionar junto con la historia y no para la historia.
Allí falla el guión de Gillian: fuerza a sus personajes a actuar de tal forma para que la historia avance, y luego los contradice por el mismo preciso motivo. Sirve prestar atención a una escena clave donde el protagonista descubre un hecho clave incriminatorio, pero luego lo deja exactamente ahí como a consciencia de que en las siguientes escenas probablemente los antagonistas requieran de su presencia. La estupidez de dejar expuesta esta pista se contradice con la inteligencia de ocultar otras para preservar su inocencia.
Perdida (Gone Girl) es cada uno de los adjetivos que a menudo se le adjudican al cine de David Fincher: obsesivo, vistoso, detallista pero, lamentablemente, también frío y frívolo. La belleza que despliega visualmente el director de Pecados Capitales y Red Social es innegable pero esa obsesión por el detalle penosamente queda ahí, en lo estético-técnico y no se traduce en lo narrativo. Fincher es un autor, no caben dudas al respecto, pero uno que a menudo parece concentrar más su tiempo en qué lente otorga un mejor plano al hecho de si la enorme sucesión de planos, en su conjunto, además está contando una gran historia.
Es en este sentido que Gone Girl, que parte del bestseller de Gillian Flynn (que oficia también de guionista adaptando su propia historia), en donde el film se parece más al Fincher lúdico y absurdo de The Game que el descriptivo y cerebral de Zodiac. No es algo malo necesariamente ello, pero ciertamente tampoco es una buena base equiparable a lo mejor de su carrera. El problema puede que sea la fuente: un bestseller que no se molesta por desmentir el calificativo peyorativo y prejuicioso que a menudo se confiere a éste término, pero a la vez la responsabilidad cae en el director a la hora de juzgar si una escena funciona o no de la manera en que quizás lo hacía en cierta cantidad de páginas. Los mejores realizadores lo entienden: el Tiburón de Spielberg (no el de Peter Benchley) necesita volar en pedazos y no morir harponeado, y El Resplandor de Kubrick (no el de Stephen King) necesita un destino completamente diferente para sus personajes. Y quizás sea éste el mejor director a comparar con la obra de Fincher: el más obsesivo y detallista de todos los tiempos, que al día de hoy aún le lleva una enorme ventaja: comprendía cómo también el más minúsculo detalle tenía que funcionar junto con la historia y no para la historia.
PERDIDA
* * 1/2 // 2 de Octubre de 2014 // txt: Mariano Torres Negri
Allí falla el guión de Gillian: fuerza a sus personajes a actuar de tal forma para que la historia avance, y luego los contradice por el mismo preciso motivo. Sirve prestar atención a una escena clave donde el protagonista descubre un hecho clave incriminatorio, pero luego lo deja exactamente ahí como a consciencia de que en las siguientes escenas probablemente los antagonistas requieran de su presencia. La estupidez de dejar expuesta esta pista se contradice con la inteligencia de ocultar otras para preservar su inocencia.
Hasta aquí llegará esta reseña con detalles de la película: revelar demasiado del argumento es injusto para una trama que se regodea (casi basa en) las muchas vueltas de tuerca, y por ello basta con mencionar únicamente lo que permite conocer el trailer acerca de la misma: una mujer casada desaparece de la vida de su marido dejando atrás un halo de misterio que, poco a poco, revela que nada es realmente lo que parece. Las idas y venidas, pistas falsas y giros en 360° podrían confundir hasta a la versión más rebuscada de M. Night Shyamalan, pero la influencia obvia es Vértigo y casi cualquier título de Hitchcock, aunque el resultado se parece más a Atracción Fatal y Bajos Instintos o cualquier sobrevalorado y kitsch thriller erótico de los 80s/principio de los 90s. Resaltan, sí, las interpretaciones de Affleck y en especial de Rosamund Pike, que encarna el rol de gélida femme fatale -contradictorio, sí, pero es a lo sumo una falla del guión o director de casting-, que resulta valuable gracias a la convicción que aporta a su personaje. Un rumor de nominación para los venideros premios Oscar parece, no obstante, una exagerada y ridícula estrategia de marketing.
En manos de cualquier otro director, la historia de Gone Girl sería tan sólo un culebrón de las tres de la tarde. En manos de Fincher, es un culebrón de esa misma franja horaria, sólo que se ve muy pero muy bien.