Los celulares los carga el diablo
Avalada por los Premios David di Donatello (mejor película y guión original de un total de nueve nominaciones) y del Festival de Cine de Tribeca (mejor guión en largometraje internacional) llega a las pantallas argentinas esta dramedia situacional y generacional dirigida por el cineasta romano Paolo Genovese, especialista en dirigir films corales como ya demostró en títulos anteriores como Inmaduros (2011) o Una familia perfetta (2012). En España un realizador de la talla de Álex de la Iglesia se ha hecho con los derechos del remake que ya ha empezado a rodar, razón por la que el film seminal todavía no ha conocido estreno en las carteleras hispanas.
Es bien sabido que quien juega con fuego se puede quemar. Aquí una pandilla de amigos que se reúnen para cenar se atreven a iniciar un maquiavélico juego en el que en un alarde de sinceridad y confianza en el otro no les importará dejar sus móviles encima de la mesa y compartir con el resto todas las llamadas y mensajes que se vayan sucediendo a lo largo de la noche. La premisa es muy atractiva, habida cuenta de que progresivamente se irá pasando de una capa de superficialidad manifiesta en lo público a la profundidad de los secretos más oscuros y dolorosos de lo privado. Nada es lo que parece, y es que en la desnudez de lo que es real la falsedad no tiene cobijo posible.
Si bien el tramo inicial nos puede recordar a una y mil películas que tratan sobre las reuniones de amigos donde se cuentan sus penas a golpe de copa de vino y buena vianda, aquí de forma progresiva ocurre algo bastante inusual y a la vez original. En un disfrutable “in crescendo” se pasa de la broma fácil, del chiste satírico a situaciones cada vez más dramáticas y determinantes. Esa tensión, que empieza a vislumbrarse a partir de que el juego comienza, alcanzará cotas irrespirables cuando antes de llegar a los postres quede bien claro que todos los comensales tienen algo o mucho que esconder. Nada es lo que parece y el efecto diabólico de lo aparentemente ingenuo acabará por volverse contra todos en un despiadado efecto boomerang, que no dejará títere con cabeza.
Y por si esto fuera poco los guionistas (una perfecta colaboración entre cinco escritores, entre ellos el mismo director) como nos tienen reservado un giro postrero a modo de magistral epílogo que aquí no desvelaremos pero que a partir de ahora pasa a ser uno de los mejores finales que uno recuerda en años por lo acertado y consecuente en relación con lo que ha sido el vertiginoso desarrollo argumental. Los actores se encuentran en estado de gracia, dándose la réplica unos a otros de una manera en la que se nota un nivel de retroalimentación bastante elevado. En ese aspecto, la dirección artística es modélica. Si hubiera que poner algún pero se podría llegar a afirmar que algunos serpeos de la trama pueden resultar bastante exagerados, habida cuenta de que se trata de un continuo “y tú más” que puede llegar a atentar contra la credibilidad del conjunto. Sin embargo enseguida se produce otro vuelco en el despiece de personalidades que nos hace olvidar de inmediato los mínimos errores que podamos llegar a percibir.
Impulsada por actuaciones impecables, además de la loable fotografía de Fabriccio Lucci y el impecable montaje de Consuelo Catucci, Perfectos desconocidos se trata de una obra dramáticamente entretenida, texturizada con verdades dolorosas y elevada por un humor genuino.