Una noche, como dicta la costumbre, tres amigos, salvo uno, van con sus parejas al departamento de Rocco (Marco Giallini) y Eva (Kasia Smutniak) para compartir una cena. Sentados en la mesa, Eva se refiere a los celulares como las “cajas negras” de las personas, donde guardan los más íntimos secretos. Ante esta acusación propone un juego, tienen que dejar los celulares arriba de la mesa y compartir con el resto cualquier mensaje o llamado que se reciba.
Paolo Genovese, el director, pone a estos siete personajes para que circulen y parloteen en el reducido espacio de un departamento. Todos ellos estereotipos de diferentes estratos sociales e intelectuales, un gancho (grosero) para que los espectadores se sientan identificados. Pero ni siquiera se logra, los actores son incapaces de dar a sus personajes una mínima chispa de naturalidad, esto repercute en los conflictos: se notan forzados y dan cuenta del esquema rígido, previsible y aburrido sobre el que está cimentada “Perfectos desconocidos”.
El guion se apoya en un eclipse lunar como metáfora de la accidentada cena. Uno podría creer que es original, pero, al observarlo plasmado en la pantalla, es evidente que no lo es. La desmesura tan explícita de su utilización -los personajes no paran de señalar este fenómeno- impide que su figura pueda tener una (re)dimensión y/o lectura poética sobre los secretos de los protagonistas.
El astro termina siendo menos un símbolo moralista que denuncia la hipocresía de la sociedad, que un férreo estandarte de la chabacanería que exuda la película.
¿Qué reacción busca Genovese en nosotros? ¿Provocarnos indignación? ¿Reflexión, quizás? ¿Risa o asombro? ¿Y ese final? Todos los invitados salen a la calle y actúan como si todo hubiese sido una gran farsa. La incertidumbre del espectador impone algunas posibilidades: la de una broma pesada para con Rocco y Eva, la de ser un juego ya preestablecido por todos o la de un deliberado quiebre en el guion para señalar que, lo antes visto, fue un ejercicio expositivo sobre la moral. La diversidad interpretativa es un problema, hace que el planteo-denuncia quede trunco. Queda por pensar que de no recurrir a esta maniobra, la película tendría, por mantener el discurso, un aspecto redimible -mínimo pero válido-.
Es erróneo hacer un discurso para criticar la falsa moral del hombre -la sociedad- y luego deshacer todo, arrollándose en la duda, con un volantazo en el guion. Si ya era evidente la falta de naturalidad en la exposición con esto se termina por descubrir la defectuosa maquinaria que crea el artificio. Puro patetismo de cotillón.
Puntaje: 2/5