Perfectos desconocidos es una comedia liviana que retrata nuestra vida actual atravesada por la tecnología y la conectividad permanente.
Tres parejas más un hombre separado se reúnen para una cena de amigos en el departamento de uno de los matrimonios. Es una velada que transcurre por carriles normales, con vino, buena comida y cordialidad. Todo se saldrá de cauce cuando se plantee uno de los males de esta época: la hiperconectividad. La adicción a los teléfonos celulares o, como los llama uno de los personajes, “la caja negra de nuestras vidas”.
Alguien propone que todos dejen sus aparatos arriba de la mesa y que cualquier mensaje de texto, Whatsapp, e-mail o llamada pueda ser leído en voz alta o recibido en altavoz. Llegado este acuerdo, el asunto derivará en una pesadilla de malentendidos, farsas y mentiras.
El realizador italiano Paolo Genovese pone en escena el morbo de saber más de la vida secreta que todos tenemos, sumado a la epidemia de espiar el discreto encanto de la burguesía. En Perfectos desconocidos, luego de un pequeño prólogo de presentación a cada una de las parejas y un mínimo esbozo de problemas, se irán desatando madejas de lazos y conflictos. A la manera de un vodevil (después de todo la construcción de la película no desdeña lo teatral) salvo que en lugar de cerrar y abrir puertas, lo que se hace aquí es ingresar en los dispositivos móviles.
Perfectos desconocidos acaparó parte de los premios David de Donatello en Italia, al menos en la categoría de película y guion. Y Alex de la Iglesia prepara la remake española. Lo que prueba que, al menos en las grandes ciudades, el comportamiento de los seres humanos no es tan distinto y que todos estamos transformando nuestras vidas por la intromisión de los celulares.
Con un elenco de parejo lucimiento, Perfectos desconocidos es entretenida sin lograr ser brillante, con algunas torpezas como la introducción de un eclipse como elemento extra que pudiera explicar comportamientos anormales y un doble final innecesario que parece decirle al espectador que se quede tranquilo que, después de todo, no pasó nada grave. Algo así como plantear el problema y desentenderse de las consecuencias.