Ariel Winograd tiene una gran virtud: conoce las reglas del juego que juega, la comedia romántica cinematográfica. Conoce otra cosa, que es la ley de oro del género: lo “vernáculo”, lo “nacional”, lo “idiosincrático” no es ni debe ser el centro, sino apenas el telón de fondo sobre el que se mueve un conflicto universal. Aquí se enfrenta a un dilema moderno: una pareja bien avenida (Martín Piroyanski y Lali Espósito) bromea sobre el “permitido”, ese famoso con el que se tendría sexo sin que la pareja de uno se enoje. La broma va bien hasta que él conoce y tiene la posibilidad de estar con su “permitida”. Hay algo divertido en pintar las contradicciones de la pose “moderna” de la generación de millenials más maduros, hay un buen oído para cómo se habla en estas pampas. Pero respecto de Vino para robar o Sin hijos, hay también una dispersión mayor, un cierto regodeo en la disgreción que hace que la película pierda efectividad. No es grave, pero parece un paso en falso respecto de trabajos anteriores.