En un mes tan peronista como octubre vale recomendar el alquiler de Perón y los judíos, documental que aborda un fenómeno reconocido por unos cuantos argentinos, y sin embargo pocas veces abordado por nuestro cine nacional: el rechazo generalizado que el movimiento justicialista provocó y sigue provocando en nuestra comunidad judía.
El afiche muestra al autor del largometraje, Sergio Shlomo Slutzky, debajo de una pancarta o pasacalles escrito en hebreo e ilustrado con retratos de Juan Perón y Eva Duarte; a escasos metros deambula un gorila, representación por antomasia del ciudadano antiperonista. De esta manera, el fotomontaje adelanta la intención de semblantear a un prototipo de contrera (diría Evita), aquél con raíces judías.
Nacido y criado en Argentina pero radicado hace décadas en Israel, Slutzky emprende un viaje de Tel Aviv a Buenos Aires, en busca de respuestas a inquietudes en principio personales. Para alivio de los espectadores reticentes a las aproximaciones históricas con marcado sesgo autorreferencial, vale señalar la existencia de una contrafigura: el historiador israelí especializado en Peronismo, Raanan Rein. El también vicepresidente de la Universidad de Tel Aviv viaja igualmente a nuestra ciudad, en su caso para ofrecer charlas que refutan datos y argumentos de sus paisanos antiperonistas.
Slutzky y Rein conforman entonces una suerte de sociedad narrativa. El primero formula preguntas desde cierta experiencia familiar e individual; el segundo desarrolla respuestas a partir de sus investigaciones académicas. Aunque de distinta manera y en distintas circunstancias, uno y otro frecuentan a otros judíos que analizan su relación con el Peronismo. Herman Schiller y Juan José Sebreli son los entrevistados más conocidos; en una mesa de amigos participa apenas –menos de lo que algunos quisiéramos– Juan Pájaro Rojo Salinas.
La recopilación de material de archivo constituye el plato más suculento de Perón y los judíos. Recortes periodísticos, fotos oficiales, extractos de noticieros recuerdan acciones gubernamentales ajenas al antisemitismo que se le imputa al Justicialismo, por ejemplo la donación de frazadas a Israel, la (innecesaria) importación de naranjas, el nombramiento del embajador Pablo Manguel, el encuentro de Evita con Golda Meir.
Entre estas anécdotas asoman judíos no gorilas, acaso con algún sentimiento filoperonista. Mientras visibiliza a esta ¿minoría?, Slutzky reproduce los epítetos pronunciados por ¿la mayoría? y ligados a nociones de oportunismo, obsecuencia, incluso traición (por si cupiera alguna duda, la histórica grieta de envergadura nacional también causa estragos en esta comunidad).
Con la incorporación de un tramo del musical Evita montado en Israel, el realizador sugiere que el antiperonismo prima allá también. El dato refuerza la sensación de que Rein es una rara avis entre sus compatriotas y correligionarios; acaso el autor de Los muchachos peronistas judíos merezca un rol protagónico en otro documental.
Con Perón y los judíos, Slutzky transita un terreno poco frecuentado por nuestro cine, y por lo tanto sienta un precedente auspicioso más allá de desprolijidades formales y limitaciones propias de los documentales con un pronunciado eje autorreferencial. Desde esta perspectiva, el film vale sobre todo porque alimenta el interés sobre esta arista particular de un movimiento tan singular como el Justicialismo.