El impacto ambiental que provoca la acción del ser humano en el planeta no es algo nuevo, hace ya bastante tiempo que se trata y en la actualidad está más latente que nunca.
El documental nuclea en su premisa el desfase medioambiental que provoca el hombre en la Isla Grande de Tierra del Fuego, más precisamente en la provincia argentina de Tierra del Fuego, al no controlar la población canina. Los perros abandonados en las ciudades se convierten en jaurías que, tarde o temprano, se movilizan, de forma temporal o permanente, a las zonas rurales para cazar y alimentarse de animales, en especial de las ovejas que crían los estancieros para comercializar su lana.
Si bien el relato en “Perros del fin del mundo” está abocado a contar cómo se introdujeron a los ovinos en Tierra del Fuego, la explotación de su lana para vender al exterior y la falta de control sobre los perros que atacan y/o matan ovejas, el punto de vista carece de aristas: se le da mucho protagonismo a los estancieros y en menor medida a veterinarios y/o especialistas en la materia. Esto da un resabio de quejido capitalista y termina diluyendo la cuestión ambiental.
Ahora, en cada testimonio, directa o indirectamente, se manifiesta que ante esta problemática el gobierno provincial está ausente y no hace o propone nada. Dickinson se empeña tanto para dejarlo en claro que resulta llamativo no oír las palabras de algún funcionario público. Sin embargo, esto es más un acierto que un error porque en el armado del largometraje se busca, a propósito, establecer al gobierno como un ente abstracto que linda en algún lugar de los márgenes del fuera de campo.
Aunque en “Perros del fin del mundo” el cauce son los testimonios, los sedimentos son las imágenes que se capturan gracias a la excelente fotografía. Pasamos de ser voyeristas gore -al ver corderos u ovejas muertas y mutiladas por las mordeduras de algún perro- a turistas desprejuiciados que solo les interesa observar la inmanente belleza del paisaje rural y el semblante gris del ambiente urbano. El aspecto visual permite al espectador, por sí solo, sacar conclusiones sin necesidad de asentir todo lo que nos dicen.
En fin, estamos ante un documental redondo en lo estético cuya contundencia se diluye en el relato, pero que es imposible obviar por su cualidad educativa.