Agridulce viaje de amores truncos y suicidios caninos
Un hombre vuelve a su ciudad natal para investigar un misterioso caso de suicidios caninos, lo que deviene en excusa para cerrar una historia de amor trunca, en el drama de Hugo Grosso protagonizado por Luis Machín.
"El extraño caso del suicidio de perros" bien podría ser el título de un policial detectivesco y enroscado, pero no: es solamente un punto de inicio extraño -parte de los meta mensajes de una película sobre el paso del tiempo- de Perros del viento, el nuevo trabajo de Hugo Grosso protagonizado por Luis Machín, Gilda Scarpetta y Lorenzo Machín (estos últimos, esposa e hijo del popular actor) Difusa, enigmática y compleja, la historia abre muchos canales narrativos y cierra pocos, carta que no siempre le juega a su favor, pero no deja de ser un correcto ejercicio introspectivo para reflexionar en torno a las oportunidades perdidas.
Ariel (Luis Machín), guionista transmedia, vuelve de España a Rosario, su ciudad natal, a investigar el extraño caso del suicidio de perros en un parque lindero al río. Al regresar se reencuentra con su pasado, donde habitan entre otros Laura (Gilda Scarpetta), mujer a la que amó, y José María (Roberto Suárez), su mejor amigo, esposo de Laura. La película abarca los días intensos, llenos de contradicciones, malentendidos y tensiones que ponen a Ariel y al resto de los personajes al borde de la irracionalidad.
El suicidio canino pasa totalmente a segundo plano cuando Ariel, encarnado por un medido Machín (que la semana que viene estrena la excelente y conmovedora Siete Perros) ahonda y se replantea las decisiones que ha tomado en su vida, topándose con un presente que poco lo representa en su búsqueda por la felicidad. Es ahí que la narración de Perros del viento se torna monocromática y la historia pierde ligereza, las escenas dramáticas se tornan densas y la experiencia se vuelve pesada.
El soplo de aire fresco lo tienen las actuaciones del clan familiar: Luis Machín, su esposa y su hijo entregan composiciones tiernas que aplacan el tono melancólico de una historia que, por momentos, se regodea en el dramatismo y no cierra todos los canales que abre. No genera dolores de cabeza, pero si una charla obligada con un terapeuta.