Maureen (Kristen Stewart) es una norteamericana que se muda a París porque espera que Lewis, su recién fallecido hermano gemelo, un médium, como ella, le dé alguna señal de que sigue estando cerca, tal como se lo habían prometido. Por eso, mientras va a la cerrada casona familiar a esperar la dichosa señal, trabaja como compradora personal de una celebridad que colecciona ropa, zapatos y accesorios de las mejores marcas bajo la estricta orden de que no se pruebe nada.
Desde allí, desde ese otro al que espera y viste (y desviste), Assayas construye un film pesado y antojadizo que pretende ser una triste crónica sobre la búsqueda de identidad de una muchacha sola y fracturada que vive entre fantasmas. No solo por andar tras el rastro de su hermano, sino también porque toda su vida cabe en su celular, esa gran vidriera: de allí llegan las órdenes y la esperanza, la imagen de ese novio nunca presente, y hasta las amenazas, todo circula allí, en ese gran fantasma que es la tecnología de estos días, tan llenas de apariciones y rarezas, tan omnipresente y perturbadora.
El film, pretencioso y desconcertante, quiere indagar sobre la alienación de esta muchacha que vive de lo que no está y que se dará cuenta que el celular puede ser una compañía que nos ensimisma y nos llena de fantasmas. Estas interesantes ideas merecían un abordaje menos caprichoso. Assayas no se decide entre el policial y el más allá, le faltan personajes sustanciosos y apela a subtramas desconcertantes (lo del crimen se olvida enseguida). Por eso, poco a poco, el tema central se va desvaneciendo.