El thriller inmaduro
Personalidad Múltiple (Possession, 2009) pretende involucrarnos en una trama fantástica con ecos de romanticismo que bien podrían evocar a esa cima cinematográfica llamada Vértigo (1958). Sin embargo, pronto constatamos que, lejos de una buena película, siquiera un digno remake, estamos, más bien, ante un drama de sobremesa.
Jess (Sarah Michelle Gellar) es una joven que vive con su marido y el hermano de éste. Ella disfruta de un idílico romance con el primero pero debe soportar las actitudes violentas del deudo hasta que, tras un accidente de coche, ambos quedan en coma. Cuando su cuñado despierta, éste asegura que es realmente su cónyuge y la película tornará del drama romántico al thriller psicológico.
Basada en la película Jungdok (2002) del surcoreano Young-hoon Park, la cinta remite a los filmes de terror oriental que tanto éxito tuvieron a comienzos de la década pasada y que pasaron a engrosar la lista de remakes de Hollywood. A su vez, podemos decir que Personalidad Múltiple sufre, desgraciadamente, la misma suerte que sus predecesoras.
Es un triste hecho pues, ya desde el arranque, la obra recurre a un clasicismo y una elegancia en la puesta en escena ciertamente sorprendentes. Se nos introduce de forma ágil en la temática, se presenta a los personajes con habilidad y nos da con certeza el tono del relato. Sin embargo, pronto las alegrías se diluyen y comenzamos a sospechar que todo el peso de la ‘industria’ a caído a plomo sobre el guión: el hermano manitas, romántico y educado frente al chapuzas, macarra y violento; la chica morena tierna y delicada contra la rubia fogosa y despiadada o una pueril escena de amor con los tortolitos besándose sobre una mesa enfrentada a una secuencia de sexo contra la pared por parte de los antagonistas, son algunos de los manidos trucos recorridos por el texto.
Estos lugares comunes, lógicamente, arrastran a la película a la obviedad y nos hacen intuir la evolución de unos personajes poco desarrollados. Ni siquiera con la ayuda del susodicho giro argumental, los suecos Joel Bergvall, Simon Sandquist (Invisibles, 2002), máximos responsables de la obra, evitan caer de lleno en un dramón insufrible e increíble más propio de la peor televisión que de un serio género cinematográfico.
Es una lástima que el talento narrativo que muestran sus directores quede anulado por el endeble guión y los tópicos ‘made in Hollywood’ tales como el cursi flashback sobre los enamorados en Japón o las inanes peleas entre la protagonista y el hermano de su amado tras el accidente. Unas broncas que le llevarán a más de uno a pensar que la otrora protagonista de Buffy la cazavampiros (Buffy the Vampire Slayer, 1997-2003) no ha acabado de superar la adolescencia.