Cierren todo y vamoló.
Creo que voy a inaugurar una nueva categoría, un nuevo parámetro de medición, arbitrario, claro, pero no por eso menos ajustado: el momento “cierren todo y vamoló”. Personalidad múltiple atenta contra el verosímil de género durante todo su metraje. Un montaje opositivo y torpe, bruscamente maniqueo, establece cuál de los hermanos será el malvado y cuál el bueno hasta lo imposible, y desde dónde se encarará esa “posesión” que anuncia el título, la sorpresa: bien gracias. Una película que apuesta al suspenso, pero que desnuda desde el minuto cero todas sus intenciones, descubre los hilos y desafía al espectador a creer en eso que la película no puede construir como creíble. Los errores de progresión son tantos, la música tan inserviblemente explícita, que para cuando los dos hermanos chocan de frente, ¡entre ellos!, en una ruta, uno no sabe si reírse, levantarse de la sala, o repasar mentalmente la lista para el supermercado. Para ese entonces no hay ninguna posibilidad de que el personaje de Sarah Michelle “cara de nada” Gellar pueda convencer a nadie de que su marido (que ni siquiera está muerto) vive en el cuerpo del hermano más malo que la peste. Y como si todo eso fuera poco, ante la duda de tamaño hecho sobrenatural y para asegurarse bien que Sarah no le vaya a dar murra al espíritu equivocado, el plano tan mentado: un flashback nos sitúa en el momento del choque, ¡crash! Plano cenital, los dos tipos tirados sobre el gris asfalto. Ambulancia. Se alterna con planos detalle de una sangre espesa que se desprende lentamente de los cuerpos. Los brazos extendidos. Hasta… hasta que la sangre de uno y la de otro se encuentran, cual famosa imagen de Miguel Ángel. Plano cenital nuevamente. Corte a blanco. Aceleración del tempo musical. Revelación. La película sigue, de mal en peor, pero ya no hace falta más, cierren todo y vamoló.