Una mujer bajo la influencia
Película de procedencia israelí, Personas que no son yo (2016) está dirigida, escrita y estelarizada por Hadas Ben Aroya, quien compone el turbio retrato de una mujer irónicamente apodada Joy (‘dicha’ en inglés). La primera escena del film la tiene desnuda implorando a la cámara (de su computadora) por la atención de un viejo novio. Luego se cruza “casualmente” por la calle con Nir (Yonatan Bar-Or), que está menos excitado que ella por el reencuentro, y acepta citarse con ella como quien sigue un juego.
La película se centra en el penoso esfuerzo de Joy por tener una relación íntima con Nir o cuanto extraño se ofrezca a reemplazarle. Joy vive en un estado de negación alarmante. Le canta coquetamente “You Don’t Own Me” a su pareja pero entra en shock cardíaco cuando una ex novia se identifica en su presencia. Él es igual de bipolar. Una y otra vez rehúye la compañía de Joy, insistiendo en que no quiere involucrarse con gente por miedo a lastimarla, pero luego la interroga nerviosamente si ha tenido o no relaciones con otras personas.
Todo esto es duro de soportar pero la impresión es que el film está diseñado para ser deliberadamente extraño e incómodo, escenificando la trágica desconexión entre dos personas que no saben muy bien lo que quieren del otro y se arman camino a tientas, más que nada por la enfermiza compulsión de uno de ellos.
Charlan, beben, bailan, tienen sexo, se drogan juntos y se confían inseguridades con una soltura íntima y realista. Pero verlos en estos estados de forzosa intimidad produce un efecto adverso - reconocemos las interacciones como humanas pero la expectativa casi infantil de Joy las vuelve repulsivas. Es como si tuviera muchas ganas de sentir algo que no comprende del todo, y toda escena concluye en distanciamiento y soledad: por más intimidad que Joy busque (sus intentos se vuelven más y más desesperados) al final del día está forzando una relación que él no quiere tener y de la cual ella depende enfermizamente.
El golpe de genio del film es que termina en el momento exacto en el cual comprendemos de dónde proviene esa dependencia, y dura lo suficiente para demostrar cuan enfermiza era esa dependencia. Es difícil recomendar una película por su final porque no se puede hablar mucho de él sin arruinarlo; basta decir que es de la calaña de El hombre duplicado (Enemy, 2013), en el sentido en que abre un mundo de posibilidades terroríficas y corta justo en el punto en el cual podemos saborear el vértigo.