Quiero alguien que me quiera
Ganadora del premio mayor en el Festival de Mar del Plata, cuenta los problemas afectivos de los millennials.
Personas que no son yo resultó una de las revelaciones de la pasada edición del Festival de Mar del Plata, al punto de que terminó llevándose el premio mayor, el Astor de Oro. Un reconocimiento al desparpajo, la frescura y la simpatía con las que la israelí Hadas Ben Aroya cuenta los problemas de comunicación de los tan mentados millennials (la denominación marketinera para los nacidos entre principios de los años ‘80 y los 2000).
Por suerte aquí no hay voz en off, pero podría decirse que Ben Aroya -que tenía 28 años al momento de filmar esta, su opera prima- cuenta en primera persona sus desventuras emocionales. Porque ella misma le puso el cuerpo a la protagonista, Joy, en su neurótico devaneo por las calles de Tel Aviv en búsqueda de alcanzar eso que, en inglés, significa su irónico nombre: alegría, placer. Y, también, honestidad afectiva.
Ella viene de una ruptura amorosa y, mientras trata sin éxito de recomponer esa relación, se siente atraída por Nil, un narcisista que le da cabida sólo hasta cierto punto, y en el medio aparece Owen, que es más afectuoso pero no tiene la química que ella pretende. Los tres personajes están ubicados en puntos diferentes del arco de la sensibilidad: uno es fuerte pero está ensimismado y en pose; el otro es tierno pero débil; y ella, en una instancia intermedia entre ambos, trata de ser fuerte y a la vez expresar sus sentimientos, sin demasiado éxito.
Si Ben Aroya no tiene inhibiciones a la hora de explorar el alma de su personaje, tampoco tropieza con tabúes para mostrar su cuerpo: nos abre las puertas de su dormitorio para que comprobemos hasta qué punto le cuesta conectarse con los hombres no sólo en el plano sentimental, sino también en el sexual.
Son escenas de una naturalidad absoluta, en las antípodas del sexo coreografiado al que nos acostumbra el cine industrial, y que no ocurren porque sí, sino que cumplen una función dramática. Muestran, sin dejar de lado el humor, que para alcanzar eso que se llama intimidad hace falta más que la desnudez compartida