Desde Rusia llega una historia de terror que trata de sorprendernos mezclando el mundo de los sueños comaprtidos y algunos entes malévolos. Spoiler alert: no lo logra.
El terror ruso quiere encontrar su lugarcito en las pantallas del globo, con historias y ambientaciones muy diferentes. Svyatoslav Podgaevskiy trató de hacer lo propio con “La Novia” (Nevesta, 2017), una propuesta que se quedó en el camino con algunos sustos malogrados. Ahora, los productores de este fallido relato redoblan la apuesta con “Pesadilla al Amanecer” (Rassvet, 2019), debut del realizador Pavel Sidorov que mezcla sectas, demonios sin rostro y el mundo de los sueños dentro una producción con aristas interesantes, pero mucha incoherencia narrativa.
Se nota el entusiasmo de Sidorov en cada una de las imágenes y climas que va construyendo casi, casi desde el comienzo, rescatando esa austera y fría arquitectura soviética tan característica; pero los planteos e intenciones del guión de Evgeny Kolyadintsev no siempre están claros y pasan del facilismo y los lugares comunes, a la preguntas sin respuesta del final.
Todo arranca durante el cumpleaños número veinte de Svetlana (Alexandra Drozdova), día un tanto agridulce ya que también conmemora el fallecimiento de su mamá, quien murió dándole a luz. La chica festeja con amigos recientes porque se mudó a su nuevo departamento compartido unos seis meses atrás, pero recibe la inesperada visita de su hermano mayor Anton (Kuzma Kotrelev), que trae regalitos y recuerdos de la infancia para compartir.
Después de la celebración, Anton decide quedarse a pasar la noche, pero algo extraño sucede y termina quitándose la vida. El suceso conmueve a Sveta, quien comienza a experimentar pesadillas bastante terroríficas y vívidas. Revisando las pertenencias de su hermano, empieza a descubrir el oscuro pasado de su mamá, quien fue parte de una secta adoradora de una entidad maligna relacionada con los sueños. Al parecer, Anton estaba siguiendo varias pistas con la ayuda del profesor Stepan Laberin (Valery Kukhareshin) y sus clases, pero nada muy conclusivo.
Con esta nueva información entre sus manos y la imposibilidad de dormir sin pasarla mal, Svetlana decide someterse a las terapias del profesor en el Instituto de Somnología, donde se llevan a cabo experimentos que inducen a los pacientes dentro de un sueño lúcido compartido que puede curar sus males, ya sean fobias o miedos varios. A la chica le toca compartir la experiencia con Kirill (Aleksandr Molochnikov), un periodista con claustrofobia; la sonámbula Lilya (Anna Slyu) y Vitaly (Oleg Vasilkov), ex técnico de submarino que sobrevivió a una tragedia.
La prueba comienza, pero al rato los pacientes despiertan suponiendo que algo salió mal. De pronto se encuentran solos en las instalaciones del instituto sin nadie a la vista, pero perseguidos por sus recuerdos y sus culpas de forma bastante vívida y terrorífica. Queda claro que nunca despertaron y siguen compartiendo la pesadilla en la que están inmersos, pero acá es donde la historia empieza a desbarrancar, sumando lugares comunes, jump scares gratuitos, actuaciones MUY malas y situaciones que no siempre encuentran una explicación, más o menos, coherente con el resto del relato.
Nunca un sueño tranquilo, ¿no?
Director y guionista meten tantos elementos dentro de la narración que, al final, no les queda otra que cerrar a las apuradas, dejando demasiadas inconsistencias y cabos sueltos por el camino. No siempre nos queda claro si estamos viviendo la realidad o la pesadilla de los protagonistas, un recurso interesante para la narración, hasta que se convierte en algo confuso y sin sentido. El problema principal es que mezcla el mundo de los sueños compartidos y el surrealismo que esto trae aparejado, con una trama de terror que mete sectas y demonios a los ponchazos, creando un poco más de desconcierto en el espectador. Ojo, la historia de Sveta, su hermano y su mamá, viene bastante bien encaminada desde las imágenes y los indicios dosificados, hasta que los realizadores introducen este nuevo grupo de personajes, cuya función no queda tan clara.
Todo lo que Sidorov logra crear desde la puesta en escena, sus planos cinematográficos y la atmósfera terrorífica, se borra de un plumazo cuando estos cuatro personajes interactúan, entregando algunas de las peores actuaciones que hayamos visto en la pantalla. Así se borran los últimos atisbos de esperanza para este relato con buenas intenciones y planteos, pero poca experiencia para llevarlos a buen puerto sin caer en lugares comunes o resoluciones a medias.
Lamentablemente, “Pesadilla al Amanecer” no es la película de terror que va a poner a Rusia en el candelero, pero seguro va a generar un mínimo de interés en el público local, siempre dispuesto a darle una oportunidad a cualquier historia que los haga saltar en la butaca.