Los sueños, sueños son
Apenas unas horas después de cumplir 20 años, Sveta ve cómo su hermano, Anton, se arroja desde la ventana de su departamento. ¿Qué misterios hay detrás de esta decisión? En Pesadilla al amanecer, la protagonista buscará respuestas en los sueños, un tema que obsesionaba a su hermano y también a su madre, quien murió al nacer ella.
Pesadilla al amanecer es irregular como el sueño ligero. La película comienza mal, perezosa: las escenas son rígidas en su ritmo e inapetentes en su contenido. Tras la muerte de Anton el interés florece luego de una escena extraordinaria, contada con rigor y con el objetivo de tensionar los músculos desde el sonido y el montaje. Es una porción de cine en medio de un film hecho por personas que nunca tuvieron un sueño asombroso en el cual inspirarse.
Con el fin de entender qué pasaba con su hermano, Sveta se somete a un tratamiento de sueño lúcido junto con otros tres pacientes en un hospital. El lugar merece un párrafo aparte. Antes de esto volvamos a la trama. Entonces, Sveta acepta una práctica compartida; es decir, todos viven el mismo sueño supervisado por el doctor Laberin (sí, este es el nivel de sutileza que maneja el realizador Pavel Sidorov). Sveta, Kirill, Lily y Vitaliy despiertan y no hay nadie a la vista: ¿se fueron todos a casa o siguen inmersos en el experimento?
Ah, ¿y qué pasa con estos Kirill, Lily y Vitaliy? Como si los conociésemos de toda la vida, el director los presenta con una ligereza inexplicable. No hay empatía con estos personajes, pero eso no es lo más molesto. Cuando la trama principal comienza a deshilacharse (ya poco importa el planteo inicial, perdido en sus pretensiones), Sidorov y el guionista especializado en el género Evgeny Kolyadintsev exploran las subtramas de los demás soñadores. El problema es que ninguno de ellos es demasiado interesante y su contribución al film –al menos en dos casos puntuales– es fantasmal.
Volvamos a Sveta. La culpa es uno de los peores sentimientos, en especial en un personaje que se cuestiona el hecho de existir porque si ella no hubiese nacido su madre aún viviría; pero Sidorov hace un esfuerzo muy pobre para generar al menos una recepción natural en el espectador. Todo transcurre con la somnolencia que invita al chiste fácil.
Y si de sueños hablamos, ¿hay algo más irritante que ver una película desperdiciar las alternativas extravagantes que permite el campo de lo onírico? Pesadilla al amanecer nos refriega los pasillos de siempre, las puertas que salvan a los personajes en el momento justo, las computadoras que devuelven pistas fáciles, las alcantarillas ordinarias como métodos de escape y un monstruo que se asustaría con solo visitar por algo más de una hora el mundo que habitamos.
¡Pero al menos queda ese hospital! El lugar es inmenso e estrafalario en el exterior: la arquitectura es decididamente moderna; sin embargo, por dentro la decoración es prolija pero obsoleta, como la fotografía inalterable de la resaca comunista. Los personajes atraviesan un vestíbulo iluminado sin fuerzas, con sillones que con cansancio soportan el paso del tiempo y las políticas. Las paredes de madera ensombrecen el lugar y un televisor de tubo anuncia imágenes que pretenden ser relajadas pero solo consiguen inquietar. Es una pena que Sidorov crea que las pesadillas están asociadas únicamente a los clichés cuando los componentes más asépticos de la realidad demuestran ser más aterradores.