Duerman tranquilos, jóvenes
La primera versión de Pesadilla en la calle Elm, dirigida por Wes Craven en 1984, dio nacimiento a uno de los grandes villanos del cine de terror de los últimos treinta años: Freddy Kruger. Este asesino, concebido originalmente para ser un homicida silencioso -al estilo Michael Myers (Halloween) o Jason Voorhees (Viernes 13)- finalmente se convirtió en el más charlatán de todos. Un ser siniestro, que en medio de la euforia de la era Reagan venía a transformar el sueño americano en pesadilla, escarbando en el subconsciente de la clase media de los suburbios, lista para a la primera de cambio aplicar la justicia por mano propia. Los adolescentes eran sus víctimas: una forma de perturbar el futuro, obligando a los padres y adultos a recordar el pasado, mientras disfrutaba de una dulce venganza por su asesinato.
Tuvieron lugar seis secuelas (de un nivel cuando menos desparejo), una serie de televisión y hasta un choque de sagas con Freddy versus Jason, donde el cinismo del villano encarnado por Robert Englund alcanzaba niveles hilarantes. En verdad, el personaje nunca perdió atractivo entre los fanáticos del horror. De ahí que Platinum Dunes, la productora de Michael Bay -ese maldito que nos regaló Armaggedon, Pearl Harbor o Bad boys-, posara sus ojos en esta franquicia con la intención de revivirla, como ya había hecho con otras.
Sin embargo, es necesario tener en cuenta que de las remakes realizadas por Platinum Dunes, sólo La masacre de Texas es realmente rescatable, gracias a su alejamiento de la estetización de la violencia, y concentración en causar perturbación e inquietud, junto con algunos hallazgos narrativos de La profecía del no nacido. El resto -Terror en Amityville, The hitcher, Viernes 13, entre otras- fueron descartables, sin nada para aportar. Asimismo, algo parecido sucede con la actualización de Pesadilla en la calle Elm. A lo largo del metraje, una de las preguntas más fuertes que surgen es para qué demonios hicieron este filme, cuál es el sentido de repetir exactamente los mismos mecanismos que se desplegaban hace casi treinta años, pero con la mitad de la audacia.
El único aspecto donde la versión 2010 dirigida por Samuel Bayer se distingue del original es en los crímenes de Kruger antes de que fuera asesinado por una turba furiosa de padres sedientos de su sangre: era un abusador, en vez de un asesino de niños (Craven había pensado efectivamente al personaje como un pedófilo, pero por cuestiones de contexto se lo terminó presentando de acuerdo a la segunda opción). Jackie Earle Haley está correcto, soporta sin problemas la mochila que había dejado Englund, pero el Freddy que le toca en suerte no tiene peso ni desde lo dramático de su historia, ni desde su humor negro. Para colmo, lo ideológicamente revulsivo del filme de Craven queda aquí lavado y masticado en pos de una justificación de la justicia por mano propia.
Si el objetivo era causar miedo, hacer que nos cueste ir a dormir, el resultado es exactamente el contrario. Un motivo fuerte para ponerse nostálgico de los ochenta, descreer de las remakes o considerar agotado al cine de terror actual.