NO ACLAREN QUE OSCURECEN
Pesadilla en la calle Elm es el regreso a la pantalla de uno de los personajes más emblemáticos del cine de terror de los 80. La total falta de estilo y algunas decisiones poco afortunadas en la historia hacen de este film una experiencia efímera destinada al olvido.
Como sabe cualquier admirador del cine de terror, Pesadilla en la calle Elm es la remake de Pesadilla en lo profundo de la noche, el film de Wes Craven que generó un gran éxito y una serie de films en los 80 y los 90. El maestro del cine de terror creó en aquel film a un villano llamado Freddy Krueger, personaje que, sin buscarlo, se convertiría en el eslabón perdido entre los viejos monstruos del cine de terror y los asesinos seriales sangrientos de la nueva generación. Las diversas secuelas de aquel film –una de las cuales dirigió nuevamente Craven- y la serie de televisión marcaron el interés genuino por un personaje que, veintiséis años más tarde, vuelve para los fieles seguidores y para toda una generación que no pudo disfrutar del film anterior. Las comparaciones son siempre odiosas y, en este caso, irrelevantes, por lo tanto, lo más razonable es analizar el film que ahora se estrena sin juzgarlo por su vínculo con el otro título. Resta sí recordar que la premisa que le dio todo su encanto a Freddy consiste en que el villano habita en las pesadillas de los jóvenes y en ese estado es capaz de matarlos. Este nuevo film, dirigido por Samuel Bayer, es pequeño, sencillo y sin un concepto estético definido, lo que que lo convierte en una experiencia más bien neutra. Pesadilla en la calle Elm comienza con un tono no demasiado sangriento, con una escena que define las limitaciones del film. En general, todo el largometraje busca más el golpe de efecto y sorpresivo que el shock de situaciones truculentas o el desarrollo complejo de las escenas para crear suspenso. La versión anterior devino poco a poco en una saga cada vez menos adulta y oscura; acá el punto de partida parece evitar el exceso propio de los films de terror actuales, como indicando un camino hacia el público más joven. Hacia la mitad de la película, la trama comienza a cobrar un poco más de fuerza para después volver a apagarse en el último tercio. El motivo del descenso del interés es una necesidad ridícula de querer ponerle al personaje y a la historia un sentido psicológico que no hace más que enterrar a la película en una serie de contradicciones ideológicas pero también cinematográficas. En un film y un género donde la psicología debe sí o sí quedar metaforizada –y suele ser su mayor encanto-, los creadores de Pesadilla en la calle Elm creyeron que dándole a Freddy un pasado, podrían darle algo novedoso a la remake. Se equivocaron, porque al hacer de Freddy un pedófilo que abusó de la protagonista del film en la infancia, lo convierte en un personaje sin ninguna posibilidad de simpatía o humor tolerable para el espectador. Imaginen hacer un cambio así con Drácula o Frankenstein… Indudablemente lo que expone un film como este es que los que lo crearon no creen ni confían en los aspectos más esenciales y puros del cine de terror. ¿Por qué entonces perder el tiempo viendo esta película habiendo tantos otros grandes exponentes del género disponibles?