Ese texto en placa es lo primero que vemos, antes de la primera escena en Pesadilla en el infierno. Pascal Laugier no se anduvo con vueltas a la hora de homenajear, y nos lo hace saber explícitamente desde el primer segundo.
Con cuatro películas en su haber, todas enmarcadas en terror y suspenso, Laugier es recordado principalmente por su segundo opus, Mártires (Martyrs), película de culto, estandarte del gore galo de mediados de la primera década del Siglo XXI.
Lo que normalmente se recuerda de aquella película, que el año pasado tuvo una insufrible remake estadounidense (PUEDEN LEER NUESTRA REVIEW AQUÍ), es sus extremas escenas de sangre y tortura, siendo catalogada a veces como una de las películas más fuertes de la historia del cine (en nuestra nota sobre “Películas difíciles de mirar” te contamos más sobre ella).
Pero más allá de esa exagerada adjetivación que la emparenta con contemporáneas como La frontera del miedo, Al interior, o Alta Tensión, lo que destacaba a Mártires era una búsqueda estética muy particular, casi hacer arte pictórico desde la sangre, algo de lo que carecía su remake y por lo cual falló.
Pesadilla en el infierno quizás no repita un gore tan extremo (aunque algo hay), pero redobla la apuesta sobre hallar el terror a través de una búsqueda estética.
Slasher, giallo, terror psicológico, terror onírico, literatura hecha cine. Pesadilla en el infierno tiene de todo y va mutando, repasando buena parte del terror de los años ’60 y ’70, décadas en las que el género pegó el gran salto; y por supuesto, repasando al autor que homenajea desde la primera placa. Laugier quiere volver al terror clásico, y lo grita a voz pelada.
Atrapadas
No es sencillo decir de qué se trata Pesadilla en el infierno, pero hagamos la prueba. Pauline (Mylène Farmer) se dirige junto a sus dos hijas adolescentes, Beth (Emilia Jones) y Vera (Taylor Hickson) a una casa alejada en un bosque, perteneciente a una tía ya fallecida.
Beth, que tiene aspiraciones como escritora y admira a Lovecraft, es hostigada por su hermana Vera pues considera que capta toda la atención de su madre. La relación entre ellas no es la mejor.
En la primer noche en la nueva casa, son visitadas por el camión de helados que ya se habían cruzado en la ruta. De allí bajan un grupo de asesinos que irrumpen en el hogar, y…
Beth (Crystal Reed) se despierta años después como una autora de terror consagrada, con muchos traumas ocultos y un best seller, considerado obra maestra que relata ficcionalmente lo que vivió (el título de la novela, Incident in a Ghostland, da nombre original a la película).
Sus sueños de escritora se han cumplido, hasta logró formar pareja. Pero una llamada telefónica la alerta y la hará regresar a aquella casa ¿Qué pasó con su madre y su hermana? Esta idea, que ya de por sí daría para el desarrollo completo de una película, es solo el inicio de algo mucho más complejo y desconcertante.
Laugier maneja su guion con mano firme, confundiendo al espectador, instalándolo en un zona extraña, en la que más de una vez no sabrá qué es lo que está sucediendo. Sin embargo, genera la suficiente tensión y atracción como para mantenernos siempre atentos.
Con pinceladas de drama y sin apurar los hechos, el segundo acto puede parecer algo alargado o aletargado, quizás el más confuso, pero será necesario para que los personajes crezcan y retomen fuerzas para un tercer acto descarnado.
De todos modos, cuando pareciera que nada sucede, allí siempre habrá un golpe de efecto, un susto como para espabilarnos.
Parque de atracciones
Valiéndose de una impronta estética llamativa y original que recuerda a los circos de antaño, a las referencias de una niñez arruinada, y con encuadres propios del giallo; Laugier creó una suerte de laberíntico parque de diversiones macabro, un mecanismo de cajas chinas, alrededor de la casa.
La puertas se abren y no se sabe qué puede salir de ellas, de dónde va a salir algo, y cuándo se terminarán esos largos pasillos.
El terror también es un vehículo para hablar de otras cuestiones, y así Pesadilla en el infierno plantea un drama familiar e interno en la relación entre dos hermanas antagónicas. También la posibilidad de encontrar un refugio en el cerebro.
Beth y Vera serán víctimas con las que rápidamente nos identificaremos y sufriremos con ellas. Allí sabemos que estamos frente al director de Mártires. También es interesante el concepto detrás de los asesinos, no tan icónicos, pero sí atemorizantes.
Conclusión
Pesadilla en el infierno exige una especial atención por parte del espectador. Juega con su percepción e invita a adivinar por dónde vendrá el próximo efecto. Con buenos personajes y una estética de terror construida sobre imágenes artesanales, nos convence de que lo que importa no es encontrar siempre el rumbo, sino la cantidad de sacudidas que tengamos durante el viaje.