Dos hermanas adolescentes con su madre (la estrella pop francocanadiense Mylène Farmer) se dirigen a una casa heredada de su tía. El paraje es inhóspito, amenazador y hay no pocos elementos siniestros, incluso un perturbador camión rosa en el camino.
Sí, claro, se desata el infierno, con unos atacantes de un nivel de maldad y sadismo deforme y multiforme. Y dieciséis años después, la adolescente aspirante a escritora, devota de Lovecraft, conoce el éxito? y hay un llamado y vuelta a la casa ¿Qué pasó? ¿Y qué es lo que pasa? ¿Y qué es lo que puede llegar a pasar? No es esta una película lineal; tampoco es una en la que importe demasiado encajar lógicamente los bucles y las vueltas y retorcimientos diversos.
Pesadilla en el infierno -vaya título abundante- es una propuesta sensorial, o mejor dicho de ataque sensorial: la violencia se hace frondosa, los golpes son contundentes, lo ominoso se vuelve base rítmica.
Esta es una película de Pascal Laugier ( Mártires), uno de los nombres de la renovación extremista del terror francés en el siglo XXI. Y en esta coproducción entre su país y Canadá, hablada mayormente en inglés, reafirma sus credenciales como orquestador contundente, inteligible y hasta virtuoso de acción con altísimos niveles de sadismo. Sus habilidades como organizador narrativo no son tan elogiables, pero ese rol no parece ser una prioridad en su programa de shock.