UN POCO DE TERROR FRANCÉS
Pascal Laugier, el director de Pesadilla en el infierno, llegó a mi vida -y seguro que a la vida de muchos otros entusiastas del cine de terror- de la mano de Martyrs, una película que forma parte de ese grupo de películas del cine de terror francés que hace unos diez años sacudió al género que se estaba ahogando en un mar de adaptaciones occidentales de películas japonesas y un océano de remakes y secuelas de viejas glorias de los 70. Aunque no sabemos muy bien cómo, la oleada francesa se diluyó un poco rápido, probablemente ayudada por la crisis financiera global de 2008 y al círculo constante de crisis y reinvenciones en el que siempre gira el cine terrorífico. De todas maneras ese momento particular nos dejó un puñado de películas furiosas, que mezclaban acción, gore, torture porn, y rabia: Frontière(s) de Xavier Gens (2007), À l’intérieur de Alexandre Bustillo y Julien Maury (2007), La horde de Yannick Dahan y Benjamin Rocher (2009) o Haute tension de Alexandre Aja (2003) son algunos de sus buenos ejemplos.
En Pesadilla en el infierno (el titulo argentino más desganado y genérico de la historia), Laugier demuestra lo que habíamos visto en Martyrs, es decir, que tiene una mirada sólida sobre el género y lo que quiere contar, y cierta sensibilidad para la manipulación de lo desagradable y lo que da miedo. Aquí lo que nos quiere contar funciona más o menos en dos registros, separados sin ninguna sutileza por un par de giros argumentales que, obviamente, no revelaremos.
El primer registro es extremadamente realista y tiene varios puntos de contacto con el demoledor prólogo de Martyrs, que era lo mejor de la película, y es el que usa para contarnos lo que se nos dice en la sinopsis: un par de desquiciados atacan brutalmente a una madre y a sus dos hijas adolescentes que, sin embargo, logran sobrevivir milagrosamente. El otro registro más de film onírico o sobrenatural lo usa el otro lado de la cuestión que involucra lo que pasó después del ataque. El principal problema del film se encuentra inmediatamente después de la introducción, que es muy efectiva. A Laugier le cuesta unos cuantos minutos y un giro argumental, que para algunos resultará polémico, terminar de acomodar todas las cuestiones y encontrar el tono definitivo de la película que luego sí fluye sin problemas.
Es que todo lo que Pesadilla en el infierno entrega luego son puntos positivos: es una película bien actuada, lo suficientemente bien como para que tengamos empatía por esos personajes desgraciados, y aunque no llega a las cotas de violencia explícita de las películas que mencionábamos antes, encuentra la dosis justa que necesita como para provocar lo que quiere provocar. Además tiene un final a la altura de las circunstancias.
Pesadilla en el infierno probablemente no revolucione el género pero es capaz de sobreponerse a sus fallas y de confiar en lo que tiene para decir. Y Laugier hace algo que es básico pero que muchas películas contemporáneas olvidan, se acuerda de construir personajes y de que esos personajes sean el vehículo hacia la experiencia que nos quiere transmitir y no un mero receptáculo de violencia vacua y sin sentido.