Pescador (2017), de José Glusman , cuenta la historia de tres amigos que se mudan a la costa de Pinamar para abrir un paradero turístico. Ahí conocen a Santos, un misterioso pescador (Darío Grandinetti) que mantiene negocios turbios con una abogada para sacar a su amigo que sigue en la cárcel. Todo se complica, por supuesto, cuando quienes perseguían a éste se enteran de que salió libre y está vinculado con el pescador.
En uno de sus textos, Barthes decía que no es la obra lo que aburre, sino que uno mismo como espectador o lector es quien se aburre y quien está en el compromiso de atender a lo que observa. Un poco ocurre eso con Pescador, que si bien es muy breve como para aburrirse mucho, carece de aspectos que la hagan sobresalir. Al menos, todos los actores brindan un trabajo creíble a la historia, sin que alguno llame la atención en particular.
En general, la película cae con facilidad en el lugar común de la chica con buenas intenciones que consigue una manera casi milagrosa de resolver su vida. Y aunque parezca que no había otra salida, el guión está plagado de conflictos vistos previamente en otros filmes y con mejor resolución.
Tampoco ayuda que los pocos efectos visuales sean muy pobres y generen distracción. Como si toda la película estuviera elaborada con poco interés en lo que se cuenta, ejecución acelerada para salir de la historia, un elenco comprometido pero con escaso material para trabajar, y alguna composición de planos haciendo asomar muchas posibilidades no aprovechadas.
Al principio, la publicidad del filme tienta con “El mar no siempre da lo que esperas”, y sí, termina siendo cierto, además de poco probable, pero nadie en realidad estuvo tan comprometido con el mar como el pescador. Lo de todos los demás era un somero interés por subsistir frente a la soledad.