Peter, experto en el arte de hacer reír
Las dificultades de llevar un programa a la gran pantalla se diluyen en la efectividad de pasajes que producen verdaderas joyas de la comedia: alcanza para compensar otros menos logrados, y certifica por qué la dupla Capusotto/Saborido es auténticamente popular.
Muchas veces se confunden los conceptos de lo popular y lo masivo, por lo general para hacer pasar por uno lo que apenas es lo otro. Mientras que lo masivo no es más que un valor estadístico que indica un determinado nivel de consumo (uno muy alto, claro), lo popular es aquello que los pueblos hacen propio por cultura, tradición o afecto. Ninguna de estas categorías incluye de facto a la otra, y tanto pueden cumplirse de manera independiente como simultánea. El caso de Diego Capusotto es paradigmático. Su programa de televisión (Peter Capusotto y sus videos) se ha convertido en un auténtico fenómeno popular, al punto de exceder el formato original para multiplicar su éxito a través de redes sociales, libros y ediciones en DVD. Y sus personajes no sólo se han vuelto recurrentes en charlas cotidianas, sino que han propiciado la aparición de ensayos como La sonrisa de mamá es como la de Perón, donde varios intelectuales (Horacio González o María Pía López entre ellos) utilizan estas creaciones para proponer algunas interpretaciones de la realidad y la historia en tiempo presente. Por su parte, la condición masiva puede comprobarse antes en el carácter viral de la circulación de su trabajo a través de Internet o la piratería, que en las cuestionables mediciones del rating televisivo. Sin dudas el estreno de la película Peter Capusotto y sus 3 dimensiones suma un nuevo elemento a estas cuestiones, y alimenta una bien ganada reputación.
En principio, la premisa es sencilla: trasladar a estos personajes de la pantalla chica a la grande, intentando replicar su espíritu anárquico y subversivo dentro de una narración cinematográfica. La apuesta requería de un trabajo nada sencillo de adaptación, ya que la sucesión de sketchs, tan propia del formato televisivo, no necesariamente deviene en película. La excusa para hilvanar las diferentes situaciones es el relato realizado por Violencia Rivas, uno de los personajes icónicos de la factoría integrada por Diego Capusotto junto a su guionista y director Pedro Saborido, quien con la excusa de escribir una carta a sus hijas, comenzará a lanzar sus diatribas contra el mundo del entretenimiento. Empezando por el cine en 3D, artilugio comercial del que también se supone intenta servirse la propia película. A partir de allí, y como ocurre con el programa que le da origen, el relato intercalará una serie de situaciones protagonizadas por personajes también clásicos como Bombita Rodríguez, el Palito Ortega montonero; el cantante de pop nazi Micky Vainilla; o Jesús de Laferrere, el mesías rollinga del conurbano. Y también algunas oportunas creaciones nuevas, como el Jefe de Gobierno de ciudad del Orto, evidente alter ego de Mauricio Macri.
Claro que no todo lo que se proyecta en una pantalla panorámica es cine sólo por eso. De hecho, Peter Capusotto y sus 3 dimensiones sigue estando mucho más cerca de ser televisión magnificada, y en eso se parece a títulos como los que integran la saga Jackass, con quienes comparte ese carácter fragmentado. Sin embargo, eso no alcanza para ocultar el hecho de que esta creación conjunta de Capusotto y Saborido contiene verdaderas joyas de la comedia argentina, que representan los puntos más altos del género realizado en el país en muchísimo tiempo. Todo el segmento de Bombita Rodríguez, con una excelente versión digital del general Perón y la idea de exportar el peronismo a los Estados Unidos, es sencillamente magistral. No sólo por lo que tiene de cómico sino por la relectura en clave grotesca de algunos de los episodios más traumáticos de la historia reciente. “La del absurdo y el grotesco son dos poderosas tradiciones de la vida cultural argentina”, señala Claudio Rinesi en el prólogo de La sonrisa de mamá es como la de Perón, y con eso no hace otra cosa que colocar al trabajo de Capusotto en una línea histórica que lo liga al trabajo de, por ejemplo, Armando Discépolo. Un mérito real y nada menor.
Pero así como otros de sus microrrelatos mantienen este gran nivel de humor (el de los tres amigos del chat; el spot de las pastas de mamá, o algunas intervenciones de los mencionados Micky Vainilla y Violencia Rivas), otros aportan poca sustancia. El largo episodio de Jesús de Laferrere o la secuencia del roquero Pomelo nunca explotan y en el caso de este último, cuya aparición se realiza sobre los títulos finales, se parece mucho a una despedida para un personaje posiblemente agotado. Puesto todo en la balanza, no caben dudas: lo bueno, por muy bueno, bien vale el efecto colateral de los momentos menos logrados del trabajo de dos hombres que supieron entender al humor como un vehículo para la expresión popular. En el mejor sentido de la palabra.