El gran problema de esta película es que busca más ser una película que ser fiel a Peter Capusotto. Es decir: colocar en sucesión, en una estructura artificial, lo repentino y aleatorio que implicaba cada emisión del (genial) programa teleivisivo. No es necesario contar una historia para hacer reír, sino comprender el ritmo del cine (ejemplo canónico: los cortos de El Correcaminos son joyas del humor y carecen de una historia a contar). La sucesión de invenciones cómicas de la dupla Capusotto-Saborido requería de un tratamiento musical, de un tempo diferente del de la televisión, donde a veces es necesario saturar. Así, buenas ideas como Bombita Rodríguez tratando de abrir una Disneylandia peronista en Michigan o la aparición de Jesús de Laferrere se ven estiradas y faltas de concentración dramática. Justamente -repetimos- falta la música como aglutinante y como estructura. Sin esa libertad (esa libertad bien rockera, de paso), la película se vuelve por largos momentos en un “grandes éxitos” huérfanos de gracia.