Peter Pan

Crítica de Ignacio Andrés Amarillo - El Litoral

La leyenda del elegido

Desde hace un tiempo, un súbito revisionismo parece haberse metido con el corpus de los “cuentos clásicos”, un territorio que va de los “cuentos de hadas” nacidos y transfigurados en el acervo folclórico de varias culturas (materia prima de recopiladores como los hermanos Grimm, y de formalistas rusos) a complejas fantasías “de autor”, como las obras cumbres de L. Frank Baum, Lewis Carroll y James Matthew Barrie.

Ese revisionismo se da en el terreno de la cinematografía, quizás porque fue en ese terreno donde Walt Disney cristalizó las versiones de esas historias que se volvieron canónicas para la era de la industrial cultural (y la “mistificación de masas”, diría T.W. Adorno). El adagio antropológico de que “el mito son todas sus versiones” parecería estrellarse contra esas “solidificaciones”, pero bajo esa consigna se legitiman también las relecturas cinematográficas.

Sin dejar de nombrar a “Blancanieves y el Cazador” (plagada de referencias cruzadas de cinematografías varias), debemos destacar las precuelas y secuelas que la propia empresa Disney fogoneó de sus propios clásicos, como “Maléfica” (lectura ampliada y revisada de “La Bella Durmiente”) y “Alicia en el País de las Maravillas” (en su regreso adolescente); y ajenos como “Oz: El poderoso” (precuela a “El mago de Oz”). En estas se muestran continuidades y procedencias que amplían esos relatos fijados, y empezamos a ver que muchas cosas no son como creíamos.

Huérfano british

En cuanto a nuestro buen Peter Pan, tuvo su gran revisión en la llamada “Peter Pan 2000”, de P.J. Hogan, que encaró al hueso de la oscuridad de Barrie (Garfio es el mismo actor que el papá de Wendy, como pedía el autor; el conflicto de la pubertad, cuando la niña es tentada por los piratas). Del otro lado, Steven Spielberg apuntó a la melancolía y la sensación del tiempo perdido en “Hook”.

El guión de Jason Fuchs para la nueva “Peter Pan” (“Pan” a secas en el original) es una precuela, aunque quizás no tenga tantas pretensiones reinterpretativas. Pero sí busca ampliar ese universo que se nos aparecía estático, dotarlo de una historia y un devenir, y mostrarnos que todo tiene un origen y que los enemigos alguna vez estuvieron del mismo lado.

Lo que le da aire a esta versión es la magnificente puesta visual guiada por la mirada de Joe Wright: sabemos que nadie mejor que él para rodar cintas bien inglesas (pensemos en sus logradas “Orgullo y prejuicio” y “Expiación, deseo y pecado”), y eso explota en el tramo inicial. Se nos cuenta de un pequeño Peter abandonado por su madre en un orfanato de monjas, y lo vemos ya crecido en tiempos de la Segunda Guerra: conocemos ese universo “so british”, que va desde el acervo de los huérfanos de Dickens hasta el clima opresivo que la escuela tiene para Pink en “The Wall”, un mundo de castigos físicos y adultos horripilantes.

Alguien podrá vincular la dicotomía entre esto y “lo que viene” con “Las Crónicas de Narnia” (y la caída de la bomba de la Luftwaffe recordará a “El espinazo del Diablo”, si nos ponemos estrictos).

Universo visual

Pero el pequeño tiene un colgante de una siringa (la “flauta de Pan”, de la que sale el nombre) y una misteriosa carta de su madre que le dice que es especial. Tendrá que probar esto cuando junto a otros niños del orfanato sea capturado por un barco pirata volador (la secuencia aérea es loable) y llevado a Nunca Jamás (Neverland), una isla flotante sobre vastos océanos; un terreno que en su planteo estético nos lleva también a imaginarios conocidos: sus selvas (y sus “antigravedades”) recuerdan a la Pandora de “Avatar” (que alguno podría vincular a la Endor de “El regreso del Jedi”), sus cielos de fantasía a la de “Oz: El poderoso”, y las minas al mundo de “Mad Max”, incluyendo la presencia de música (homenajes a Nirvana y The Ramones) y la megalomanía del jefe.

Porque los chicos son capturados por Barbanegra, un pirata que los hace trabajar en canteras de pixum (un cristal de hadas), donde Peter descubre que es parte de una profecía y que su madre era de Nunca Jamás. Para escapar de allí se aliará con una especie de Indiana Jones individualista, James Hook (Garfio), que se supone devendrá en su futuro enemigo.

En el pedazo de camino que los une junto con Smee (un cómplice del aventurero), encontrarán a los salvajes y a la temible Tiger Lily (Tigrilla): ya no son indios de las planicies sino una tribu multiracial e indómita. Juntos tendrán que armar un equipo para salvar al País de las Hadas y derrotar definitivamente a Barbanegra.

Fetiches

De alguna forma, Wright construye como figura fetiche a la versátil Rooney Mara, como la renovada Tiger Lily (que ya no es una indiecita indefensa sino una guerrera exótica, con vestuarios y tocados vistosos y la panza al aire (seguramente unos años atrás el papel hubiese ido para Keira Knightley. El otro personaje paradigmático es el Barbanegra de Hugh Jackman, con todos los atributos “de cuento” que asociaríamos a Garfio. Y por supuesto suma Levi Miller como Peter: sin el niño apropiado, la película no tendría sentido. Garrett Hedlund pilotea convencionalmente su “egoísta devenido héroe”, registro que ya hizo Harrison Ford con Han Solo. Los acompaña en el “rol bufo” Adeel Akhtar, como Sam Smiegel, un futuro señor Smee con onda de judío neoyorquino.

Entre algunas apariciones relevantes están Kathy Burke como la detestable Madre Barnabas, la corpulencia de Nonso Anozie (Xaro Xhoan Daxos en “Game of Thrones”) como el pirata Bishop, un poquito de Amanda Seyfried como Mary (mamá de Peter) y la belleza intrigante de Cara Delevingne como las sirenas.

El círculo no está cerrado: todavía queda mucho por contar, hasta que los hermanitos Darling entren a la vida de Peter.