Revisitar clásicos nunca es fácil. Joe Wright, acostumbrado a adaptar piezas de literatura al cine (Orgullo y prejuicio, 2005; Anna Karenina, 2012), se aventuró en esta ocasión con Peter Pan, cuyo origen está en la obra para niños homónima del escosés James M. Barrie, escrita en 1904, y cuyas adaptaciones, tradicionales o no, son demasiadas (resaltan Peter Pan -1953-, producción de Disney y Hook -1991-, dirigida por Steven Spielberg). Sin embargo, en esta ocasión el espectador se encuentra con la precuela de la leyenda del niño que nunca creció.
Peter Pan (Miller) es un pequeño huérfano, abandonado por su madre en un orfanato cuando era bebé. A medida que él crece, se vuelve un niño rebelde y aventurero, cuyo mayor placer lo encuentra en molestar a las monjas a cargo. Hasta que un día, casi por arte de magia, Peter, de 12 años, es raptado junto a otros compañeros por un grupo de piratas, que se trasladan en un barco volador. ¿El destino? Nunca Jamás. Allí, Peter, junto a otros huérfanos/niños perdidos, es obligado a trabajar en una mina de polvo de hadas, bajo el mandato del malvado capitán Barbanegra (Jackman). Durante el trabajo, Peter conoce a Garfio (Hedlund), quien se convertirá en su cómplice a la hora de escapar (porque todavía no es el villano y conserva sus dos manos). Juntos, se unirán a la tribu de nativos y Tigrilla (Mara) para poder vencer a Barbanegra y restaurar así la paz en Nunca Jamás.
La película inicia con una frase que dice “para saber cómo termina todo, hay que saber cómo empezó”, es decir que Wright busca explicar los orígenes de Peter Pan: cómo llegó a convertirse en la leyenda que representa. Sin embargo, no cumple con su objetivo: quedan cabos sin atar y el viaje no es del todo llevadero. La historia se pierde en un mar de efectos tecnológicos, y por momentos cansa.
Aun así, hay pequeños momentos que le sacan sonrisas a los espectadores más grandes. Ejemplos pueden ser la utilización de Nirvana como soundtrack, un Garfio muy similar a Indiana Jones en su espíritu aventurero y su sombrero marrón, o las pequeñas reminiscencias al relato original de Barrie.
Miller, en su debut actoral como protagonista, encarna bien al pequeño Pan (por lo menos mejor que Jeremy Sumpter en Peter Pan: la gran aventura, de 2003). Tanto Jackman como Hedlund son correctos en sus respectivos papeles, mientras que Mara se queda un poco atrás: una Tigrilla ni muy niña, ni muy adulta, es decir que no seduce por ningún lado al espectador.
Aunque por momentos pesada, la película tiene sus momentos de entretenimiento, pero deja al público con ganas de un poco más. Peter Pan es uno de los personajes más clásicos y universales de la literatura, y a esta altura, también del cine, es por esto que revisitarlo no es una tarea para nada simple. El objetivo de una precuela, es el de querer contar una historia para comprender mejor otra, y Wright con su Peter Pan pareciera querer desvincularse de toda tradición pasada.