En 1971 el Royal Ballet llevó a la pantalla una versión de Peter Rabbit que era un notable prodigio estético donde los bailarines sorteaban con profesionalismo el hecho de danzar con las cabezas de animales del mundo creado por Beatrix Potter, que en 1902 tuvo su primera edición impresa. Miss Potter murió en 1943, hace quince años se delineó una biopic con Renée Zellweger y hace sólo un par de años, una versión dirigida por Will Gluck convirtió a Peter Rabbit en una comedia que mezcla acción real con animación, aunque buscando el equilibrio con la tradición literaria. En esta secuela, los animales asisten a la boda de Thomas y Bea, quien sigue escribiendo cuentos basados en las travesuras del conejo. Pero a Peter esto le incomoda y su trauma se acrecentará cuando aparezca un editor que quiera convertirlo en un fenómeno mediático por el cual se convierta en el rostro de la rebeldía. Para peor, encuentra a otro conejo que dice haber conocido a su padre -a quien Peter añora- pero que alberga oscuras intenciones.
El conflicto entre tradición versus modernidad domina buena parte de la trama y de la moraleja final. La calidad de la animación hace que los animalitos cobren una vida que nunca imaginó Potter, como tampoco seguramente sospechó que sus cándidas historias cambiarían sensibilidad por aventura y tranquilidad por frenesí, buscando sonrisas a base de enredos, en una versión amable y disfrutable de principio a fin.