Tras los pasos de Paddington, llega al cine otro emblemático personaje de la literatura infantil británica: Peter Rabbit, creado por Beatrix Potter en 1902. La técnica es parecida a la utilizada en las películas del osito -animaciones computarizadas que interactúan con actores de carne y hueso- y el resultado es aceptable, pero sin el irresistible encanto de los filmes dirigidos por Paul King.
La galería de criaturas antropomórficas es adorable: tanto los conejos (Peter, su primo Benjamin, sus tres hermanas) como la señora puercoespín, el mapache, los ratones y demás criaturas parecen muñecos de peluche animados. Lo que no está a la misma altura es el guión: Rob Lieber y el propio director, Will Gluck (Annie, Amigos con beneficios) escribieron una historia muy básica, por más que toma algunos elementos de dos de los primeros libros de Potter, The Tale of Peter Rabbit y The Tale of Benjamin Bunny.
Los conejos, liderados por Peter, se meten una y otra vez a robar frutas y verduras del huerto del señor McGregor (Sam Neill); una vez muerto este, le harán la vida imposible a su sobrino nieto y heredero, Thomas McGregor (Domhnall Gleeson), para recuperar el terreno, que ellos consideran que les pertenece. Su aliada humana es Bea (Rose Byrne), un personaje inspirado en la propia Beatrix Potter.
En Gran Bretaña, algunos puristas amantes de la obra de Potter pusieron el grito en el cielo con el argumento de que esta película no respeta el espíritu de los libros originales. Algo de cierto hay: por su frenesí, este conejo parece más pariente de Bugs Bunny en sus correrías con Elmer que de aquel Peter Rabbit de trazos naifs. Todo está basado en el humor físico y en gags característicos de los viejos y queridos dibujitos animados de Merrie Melodies: pasos de comedia que parecen destinados a chicos no mayores de ocho años.
Pero si hay algo que conspira contra el disfrute que pudiera tener un adulto con Las travesuras de Peter Rabbit es el ineludible -no hay versión subtitulada- doblaje mexicano: directamente insoportable.