Hay veces que las llamadas películas infantiles se permiten ciertas libertades fáciles de detectar por el adulto, libertades apenas escondidas en personajes y en situaciones inocentes. Las travesuras de Peter Rabbit se hace interesante gracias a esos momentos intervenidos casi siempre por personajes simpáticos. ¿Qué decir del gallo que se lamenta por un nuevo amanecer y que la vida siga su curso un día más? Este es un personaje que desencaja en la historia dirigida a toda la familia. Pero la clave está en hacerlo gracioso, como para que no se note el trasfondo pesimista de lo que está diciendo.
Las travesuras de Peter Rabbit tiene como protagonistas a unos conejos liderados por el joven conejo Peter, que todos los días entran sin permiso a la huerta del señor McGregor (Sam Neill) a robar frutas y verduras. El anciano trata de combatirlos tendiéndoles trampas o ahuyentándolos. La guerra está declarada, y cada vez que McGregor atrapa a uno de ellos aparece la vecina Bea (Rose Byrne), una artista de dudoso talento que ama a los conejos, para rescatarlo.
En una de esas correrías en la huerta, el señor McGregor fallece y la casa queda, como herencia, para su sobrino Thomas (Domhnall Gleeson), un obsesivo del orden y la limpieza que trabaja en una juguetería de Londres. Cuando Thomas viene a conocer la propiedad de su tío abuelo para venderla, se encuentra con los animales librando una fiesta épica.
Pero Thomas conoce a Bea y se enamoran. Y el conejo Peter se ve en la obligación no sólo de echar al nuevo intruso, ya que considera a la huerta como un terreno propio, sino de hacer todo lo posible para que no conquiste a Bea. Así queda conformado un triángulo amoroso inesperado y divertidísimo, donde prima el gag físico, las escenas desopilantes y esa inocencia propia de las fábulas infantiles.
Lo más interesante del filme dirigida por Will Gluck, y basado en los cuentos infantiles ingleses de Beatrix Potter, es cómo desplaza el centro de la trama (la conquista de la huerta para obtener alimentos) hacia ese costado amoroso de terceros en discordia en el que termina, que involucra al conejo digitalizado con los dos personajes humanos principales.
Si bien tiene muchos momentos burdos y diseñados para cumplir con las reglas básicas de los productos para niños, la película gana cuando pone el foco en la feroz pelea entre Peter y Thomas, siempre a espaladas de Bea. Es cierto, hay un poco de violencia atenuada por el humor y la ridiculez, y también hay algún que otro mensaje para adultos. Pero también hay auténtico entretenimiento y escenas hilarantes.