Cupido en la granja
Tras su inocente fachada de película infantil o familiar, Las travesuras de Peter Rabbit (Peter Rabbit, 2018), de Will Gluck (Annie), esconde una de las comedias románticas más logradas y entretenidas de los últimos años.
Inspirada en la exitosa saga de libros de la naturalista Beatrix Potter, el relato se centra en el choque entre el campo y la ciudad cuando el obsesivo Thomas (Domhnall Gleeson) tome posesión, en las afueras de Londres, de una propiedad heredada sorpresivamente de un ermitaño tío (Sam Neill). Dicha vivienda esconde un pequeño huerto, que hace de “supermercado” de todos los animales que habitan el lugar, y, principalmente, de Peter Rabbit, sus hermanas y su primo, quienes moran en una pequeña madriguera lindante al mismo.
Nada le haría suponer a Thomas que debería comenzar a luchar entre dos fuerzas diferentes entre sí, el amor por su vecina Bea (Rose Byrne), por un lado, y el instinto de protección y supervivencia frente a una horda de conejos, encabezados por Peter Rabbit, quienes no permitirán ni que concrete con su amada, y mucho menos, que se quede con la vivienda y el huerto. Desdoblando el protagonismo entre Thomas y Peter, hábilmente, la narración conjugará la clásica comedia de situaciones, con dosis necesaria de romance, para que el guión avance progresivamente entre ambos paradigmas, y, lo que lo hace aún más interesante, no prime uno por encima del otro.
A la lograda animación, de un nivel de realismo increíble, se suma el oficio y expertise de Domhnall Gleeson y Rose Byrne, quienes se toman en serio el rol que les ha tocado en esta aparente propuesta infantil que, al igual de otros productos como Paddington (2014), o Babe, el chanchito valiente (Babe, 1995) que toman un personaje de la cultura popular inglesa para llevarlo a la pantalla con respeto y sin trazos gruesos.
La comedia física presente, además, propone un juego de similitudes con episodios clásicos del humor universal, los que suman, también, un espíritu lúdico y relajado, quitándole solemnidad a la adaptación y construyendo una estructura de precisión en la que cada gag y cada línea desencadena una reacción potenciadora de la misma.
Las travesuras de Peter Rabbit podría haber sido un falso intento de llevar a la pantalla la historia del conejo huérfano, pero Will Gluck se permite ir más allá para narrar una historia de amor, de perseverancia, de trabajo en equipo, de entendimiento, y, principalmente, de amor por el otro. Aquello que en su anterior película, la remake de Annie, faltaba para consolidar una mirada sobre el mundo que contenía, aquí se desarrolla en armonía con cada uno de los personajes animados que presenta, los que, sumados a la incorporación de fuerzas contrarias a los protagonistas (compradores de la vivienda inescrupulosos, jefes de tienda que exasperan al protagonista, etc.), refuerzan los tópicos necesarios para que la moraleja final de esta fábula, con el triunfo del amor incluido, llegue a buen puerto.