Desde que se estrenó en el Festival de Cannes 2019, Retrato de una mujer en llamas / Portrait de la jeune fille en feu fue saludada casi unánimemente como una obra maestra. A mi me gustó (la califqué por entonces con 7 puntos), pero me parece una película demasiado calculada y hasta académica. Petite maman dura poco más de una hora (casi la mitad que su predecesora) y estoy cada vez más convencido de que la verdadera obra maestra es esta.
Rodada en medio de la pandemia con dos niñas como protagonistas (y tres adultos en papeles secundarios) en una casona rodeada por un bosque como locación principal, Petite maman arranca en un geriátrico: Nelly (Joséphine Sanz) es una niña de 9 años que no ha podido despedirse como hubiera querido de su amada abuela, que acaba de morir. Sus padres (Stéphane Varupenne y Nina Meurisse) la llevan a la que fuera la casona de la recién fallecida para vaciar estantes y bibliotecas en un proceso inevitablemente doloroso. La mamá no soporta el trance, abandona el lugar y deja que su marido termine la tarea. Hasta aquí un film realista más sobre los diversos mecanismos a los que personas de distintas edades apelan para emprender un duelo.
Sin embargo, para el resto de los escasos pero profundos y fascinantes 72 minutos de Petite maman la directora de Tomboy y Bande de filles nos tiene reservada una sorpresa. Sin abandonar el naturalismo de las situaciones y las actuaciones, comienza aquí una extraña veta fantástica que no conviene anticipar en su resolución. Lo cierto es que Nelly se hará de una nueva amiga de su misma edad, Marion (Gabrielle Sanz), que está a punto de ser operada, y eso dará pie a varios descubrimientos y revelaciones que las pequeñas asumen con la inocencia propia de la edad (y también con una madurez un tanto ilógica que luego encuentra su justificación).
Sin ostentaciones ni excesos, con una hermosa fotografía a cargo de Claire Mathon (la misma colaboradora de Retrato..., premiada hace días con el galardón ADF en Mar del Plata), que nunca se regodea en la belleza del entorno, vemos cómo las chicas arman una casa en el bosque, cocinan panqueques, interpretan una obra que ellas misma escribieron, soplan las velitas para celebrar un cumpleaños. La dulzura en medio de la tristeza, el (re)encuentro en medio de un viaje en el tiempo muy especial.
La película hace recordar por momentos a la también notable Yuki & Nina, de Nobuhiro Suwa e Hippolyte Girardot; y a otras dos joyas como Mi vecino Totoro y El viaje de Chihiro, ambas de Hayao Miyazaki, pero Sciamma logra un universo tan femenino, íntimo y distintivo que convierten a esta pequeña (en duración) película en una fábula sobre el tiempo y los afectos para todas las edades, con unas dimensiones y alcances insospechados.