La filmografía de la francesa Céline Sciamma se ha convertido en toda una inspiración para las nuevas generaciones de cineastas que buscan construir universos propios desde una sutileza y un impacto emocional que permita hackear viejos esquemas. Las mujeres y los niños, sujetos históricamente vulnerados, constituyen los protagonistas de sus relatos. Historias en donde la perspectiva de género, el poder de los gestos y las miradas, la necesidad de libertad y el deseo, se vuelven parte vital de la trama.
El amor lésbico, tema presente en su ópera prima Lirios de Agua (2007), tomó un nuevo relieve tras el lanzamiento de su opus Retrato de una Mujer en Llamas (2019), drama de época ganador de múltiples premios en donde la directora juega con la puesta en escena, la luz natural y la soberbia fotografía pictórica de Claire Mathon, que hace de cada plano un cuadro. Fue con esta película preciosista que Sciamma se propuso romper con la relación asimétrica de poder entre el artista y la musa, otorgándole a esta última un papel activo en el proceso creativo, desterrando así los estereotipos y permitiendo pensar al arte como un todo colectivo.
CRÍTICASPetite Maman (REVIEW)
Crítica realizada durante el 36° Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, originalmente publicada el 20/11/2021
por
Giuliana Bleeker
publicada el 16/12/2021
La directora de la celebrada Retrato de una Mujer en Llamas vuelve a la gran pantalla con Petite Maman, una historia sencilla e intimista contada desde la óptica ensoñadora de la mirada infantil. Crítica, a continuación.
La filmografía de la francesa Céline Sciamma se ha convertido en toda una inspiración para las nuevas generaciones de cineastas que buscan construir universos propios desde una sutileza y un impacto emocional que permita hackear viejos esquemas. Las mujeres y los niños, sujetos históricamente vulnerados, constituyen los protagonistas de sus relatos. Historias en donde la perspectiva de género, el poder de los gestos y las miradas, la necesidad de libertad y el deseo, se vuelven parte vital de la trama.
El amor lésbico, tema presente en su ópera prima Lirios de Agua (2007), tomó un nuevo relieve tras el lanzamiento de su opus Retrato de una Mujer en Llamas (2019), drama de época ganador de múltiples premios en donde la directora juega con la puesta en escena, la luz natural y la soberbia fotografía pictórica de Claire Mathon, que hace de cada plano un cuadro. Fue con esta película preciosista que Sciamma se propuso romper con la relación asimétrica de poder entre el artista y la musa, otorgándole a esta última un papel activo en el proceso creativo, desterrando así los estereotipos y permitiendo pensar al arte como un todo colectivo.
En esta oportunidad, Céline Sciamma regresa al mundo de la niñez como ya lo había hecho en su reconocida Tomboy (2011), film que aborda la construcción de la identidad, pero esta vez para narrar una tierna fábula que une lazos familiares entre tres generaciones de mujeres. Se trata de Petite Maman, una obra mucho más modesta que su antecesora pero fiel a su estilo simbólico e intimista.
Juguemos en el bosque
Nelly (Josephine Sanz) es una inteligente e imaginativa niña de ocho años que acaba de perder a su abuela materna. Atravesada por la tristeza de no haber podido despedirse de la manera que quería, acompaña a su mamá (Nina Mourisse) a la casa de su infancia con el fin de empacar sus polvorientas pertenencias y despedirse definitivamente de ella. Allí, entre viejos cuadernos de escuela y juguetes, la niña comienza a conectarse con aquellos detalles del pasado de su madre que siente que ella obvia contarle.
CRÍTICASPetite Maman (REVIEW)
Crítica realizada durante el 36° Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, originalmente publicada el 20/11/2021
por
Giuliana Bleeker
publicada el 16/12/2021
La directora de la celebrada Retrato de una Mujer en Llamas vuelve a la gran pantalla con Petite Maman, una historia sencilla e intimista contada desde la óptica ensoñadora de la mirada infantil. Crítica, a continuación.
La filmografía de la francesa Céline Sciamma se ha convertido en toda una inspiración para las nuevas generaciones de cineastas que buscan construir universos propios desde una sutileza y un impacto emocional que permita hackear viejos esquemas. Las mujeres y los niños, sujetos históricamente vulnerados, constituyen los protagonistas de sus relatos. Historias en donde la perspectiva de género, el poder de los gestos y las miradas, la necesidad de libertad y el deseo, se vuelven parte vital de la trama.
El amor lésbico, tema presente en su ópera prima Lirios de Agua (2007), tomó un nuevo relieve tras el lanzamiento de su opus Retrato de una Mujer en Llamas (2019), drama de época ganador de múltiples premios en donde la directora juega con la puesta en escena, la luz natural y la soberbia fotografía pictórica de Claire Mathon, que hace de cada plano un cuadro. Fue con esta película preciosista que Sciamma se propuso romper con la relación asimétrica de poder entre el artista y la musa, otorgándole a esta última un papel activo en el proceso creativo, desterrando así los estereotipos y permitiendo pensar al arte como un todo colectivo.
En esta oportunidad, Céline Sciamma regresa al mundo de la niñez como ya lo había hecho en su reconocida Tomboy (2011), film que aborda la construcción de la identidad, pero esta vez para narrar una tierna fábula que une lazos familiares entre tres generaciones de mujeres. Se trata de Petite Maman, una obra mucho más modesta que su antecesora pero fiel a su estilo simbólico e intimista.
Juguemos en el bosque
Nelly (Josephine Sanz) es una inteligente e imaginativa niña de ocho años que acaba de perder a su abuela materna. Atravesada por la tristeza de no haber podido despedirse de la manera que quería, acompaña a su mamá (Nina Mourisse) a la casa de su infancia con el fin de empacar sus polvorientas pertenencias y despedirse definitivamente de ella. Allí, entre viejos cuadernos de escuela y juguetes, la niña comienza a conectarse con aquellos detalles del pasado de su madre que siente que ella obvia contarle.
Cuando la mamá desaparece del hogar sin avisar, dejándola al cuidado de su progenitor (Stéphane Varupenne), Nelly conoce en el bosque lindero a una niña de su misma edad, Marion (Gabrielle Sanz), quien se aventura a construir su propia cabaña a base de ramas de árboles. Aunque Marion desconoce totalmente la naturaleza mágica de este encuentro, Nelly sabe que esa nena de rasgos tan parecidos a los suyos no es otra que su mamá.
Como en un cuento para niños, la directora se propone introducirnos en este fantástico mundo repleto de paisajes idílicos, aventuras y secretos siempre desde el punto de vista de su pequeña protagonista. Un microcosmos que bebe tanto de la influencia del surrealismo como del realismo mágico, con sus entornos cotidianos y familiares en donde el elemento maravilloso, aquí el supuesto viaje en el tiempo, es ejecutado de la manera más simple y natural posible. Toda una master class para aquellos directores actuales que no pueden concebir el hecho de cuestionar la naturaleza de la realidad sin la incorporación de grandilocuentes efectos especiales.
A partir de una atmósfera de ensueño bellamente lograda que recuerda a las películas de Studio Ghibli, en donde se destaca la fotografía en tonos otoñales y el uso de la luz que se filtra por las ventanas y a veces parece surgir de los propios rostros de los personajes, las niñas construyen una complicidad única entre juegos y confesiones. Una conexión tan especial que evidencia credulidad y cierto lirismo que traspasa la pantalla, en parte, gracias a la elección de las gemelas Sanz, quienes parecen divertirse mientras cocinan unos improbables panqueques como si no hubiese ninguna cámara a su alrededor. No hay duda que ellas representan el gran hallazgo de Petite Maman, a la que Sciamma le añade su simbología y sutileza visual.
CRÍTICASPetite Maman (REVIEW)
Crítica realizada durante el 36° Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, originalmente publicada el 20/11/2021
por
Giuliana Bleeker
publicada el 16/12/2021
La directora de la celebrada Retrato de una Mujer en Llamas vuelve a la gran pantalla con Petite Maman, una historia sencilla e intimista contada desde la óptica ensoñadora de la mirada infantil. Crítica, a continuación.
La filmografía de la francesa Céline Sciamma se ha convertido en toda una inspiración para las nuevas generaciones de cineastas que buscan construir universos propios desde una sutileza y un impacto emocional que permita hackear viejos esquemas. Las mujeres y los niños, sujetos históricamente vulnerados, constituyen los protagonistas de sus relatos. Historias en donde la perspectiva de género, el poder de los gestos y las miradas, la necesidad de libertad y el deseo, se vuelven parte vital de la trama.
El amor lésbico, tema presente en su ópera prima Lirios de Agua (2007), tomó un nuevo relieve tras el lanzamiento de su opus Retrato de una Mujer en Llamas (2019), drama de época ganador de múltiples premios en donde la directora juega con la puesta en escena, la luz natural y la soberbia fotografía pictórica de Claire Mathon, que hace de cada plano un cuadro. Fue con esta película preciosista que Sciamma se propuso romper con la relación asimétrica de poder entre el artista y la musa, otorgándole a esta última un papel activo en el proceso creativo, desterrando así los estereotipos y permitiendo pensar al arte como un todo colectivo.
En esta oportunidad, Céline Sciamma regresa al mundo de la niñez como ya lo había hecho en su reconocida Tomboy (2011), film que aborda la construcción de la identidad, pero esta vez para narrar una tierna fábula que une lazos familiares entre tres generaciones de mujeres. Se trata de Petite Maman, una obra mucho más modesta que su antecesora pero fiel a su estilo simbólico e intimista.
Juguemos en el bosque
Nelly (Josephine Sanz) es una inteligente e imaginativa niña de ocho años que acaba de perder a su abuela materna. Atravesada por la tristeza de no haber podido despedirse de la manera que quería, acompaña a su mamá (Nina Mourisse) a la casa de su infancia con el fin de empacar sus polvorientas pertenencias y despedirse definitivamente de ella. Allí, entre viejos cuadernos de escuela y juguetes, la niña comienza a conectarse con aquellos detalles del pasado de su madre que siente que ella obvia contarle.
Cuando la mamá desaparece del hogar sin avisar, dejándola al cuidado de su progenitor (Stéphane Varupenne), Nelly conoce en el bosque lindero a una niña de su misma edad, Marion (Gabrielle Sanz), quien se aventura a construir su propia cabaña a base de ramas de árboles. Aunque Marion desconoce totalmente la naturaleza mágica de este encuentro, Nelly sabe que esa nena de rasgos tan parecidos a los suyos no es otra que su mamá.
Como en un cuento para niños, la directora se propone introducirnos en este fantástico mundo repleto de paisajes idílicos, aventuras y secretos siempre desde el punto de vista de su pequeña protagonista. Un microcosmos que bebe tanto de la influencia del surrealismo como del realismo mágico, con sus entornos cotidianos y familiares en donde el elemento maravilloso, aquí el supuesto viaje en el tiempo, es ejecutado de la manera más simple y natural posible. Toda una master class para aquellos directores actuales que no pueden concebir el hecho de cuestionar la naturaleza de la realidad sin la incorporación de grandilocuentes efectos especiales.
A partir de una atmósfera de ensueño bellamente lograda que recuerda a las películas de Studio Ghibli, en donde se destaca la fotografía en tonos otoñales y el uso de la luz que se filtra por las ventanas y a veces parece surgir de los propios rostros de los personajes, las niñas construyen una complicidad única entre juegos y confesiones. Una conexión tan especial que evidencia credulidad y cierto lirismo que traspasa la pantalla, en parte, gracias a la elección de las gemelas Sanz, quienes parecen divertirse mientras cocinan unos improbables panqueques como si no hubiese ninguna cámara a su alrededor. No hay duda que ellas representan el gran hallazgo de Petite Maman, a la que Sciamma le añade su simbología y sutileza visual.
La antigua casa familiar, ahora con sus habitaciones silenciosas y los muebles ocultos en sábanas blancas, simboliza a la perfección aquel vacío dejado tras la partida de la abuela y que luego se repite con el alejamiento repentino de una madre que aún no puede procesar el duelo, una situación no del todo comprensible para una niña de ocho años. Ese hueco, que será llenado luego con aquel fantasmal descubrimiento, permite a Nelly acercarse a su madre de la manera más pura posible: conociendo sus miedos, sus talentos y deseos ocultos. Es por medio de lo lúdico, de la igualdad de poder, que Nelly puede deducir cómo esa niña solitaria y creativa que juega a crear sus propias obras de teatro se convirtió en aquella mujer de ojos melancólicos.
Petite Maman es un film que explora el tema de la irreversible pérdida y su aceptación, pero también el misterio de lo no dicho, la memoria y la importancia de la identidad. Una obra sencilla, sin muchas pretensiones, que consigue con sus apenas 72 minutos tocar la fibra emocional del espectador y transportarlo a un plano tan universal como acogedor.