Petite Mamam y la ternura de una cámara amiga
La directora detrás de Portrait of a Lady on Fire regresa con una intimista e inolvidable película.
Marion saluda uno por uno a los residentes del asilo en el que vivía su abuela. Sabe que ya no los va a volver a ver, pero esta vez quiere poder decir “adíos”. Despedir a una madre debe de ser de las cosas más difíciles a las que nos enfrentamos en nuestra vida y es justamente eso lo que le ocurre a la mamá de Marion, pero no lo dice, apenas si lo muestra. Petite Maman es una historia increíblemente tierna y bella acerca de las relaciones entre madres e hijas en dos generaciones. La sencillez que adopta de principio a fin para narrar una película fantástica hacen que la experiencia frente a la pantalla sea realmente inolvidable y deje esa sensación de calor en el pecho y sonrisa grabada, similar a esa que quedaba cuando probábamos la torta que mamá había hecho para la merienda.
Marion (Gabrielle Sanz) y sus padres tienen que ir a la casa de su abuela para vaciarla, ya no va a volver. Pero si bien ella ayuda, lo que más hace es jugar en el inmenso bosque que hay atrás de la casa. Un día, su madre se va y se queda sola con su papá, pero mientras él ordena, clasifica y arma las cajas, ella explora este nuevo terreno.
Es allí donde se encuentra con Nelly (Josephine Sanz), otra nena de su edad con la que parecen compartir mucho más que gustos en común. Cuando Nelly la invita a la casa, se da cuenta de que acaba de cruzar la puerta de la casa de su abuela, y que esa niña es en realidad su madre, antes de una cirugía que le cambió la vida.
Petite Maman logra algo que no es fácil, que de hecho es difícil de encontrar en el mundo de la ficción: realmente darle la voz a un niño. Las formas en las que reaccionan, los diálogos, incluso los gestos, parece haberse adentrado a la perfección en la mente de alguien de 8 años y el resultado es una pieza cinematográfica que logra conmover hasta las lágrimas.
Céline Sciamma, responsable de una de las mejores películas de los últimos años, “Retrato de una mujer en llamas”, vuelve a utilizar su tono intimista para contar una historia con pocos personajes, pero esta vez, de una manera completamente diferente. Cada paleta de colores, cada luz, cada destello que se ve en pantalla suman a la historia de estas dos niñas que entablan una entrañable amistad y así Marion logra entender qué es lo que le pasa a su madre ahora, por qué tuvo que irse, por qué la dejó.
La magia del cine está, justamente, en encontrar nuevas historias que puedan sorprender a los espectadores, en conectar con ellos de una manera inesperada. En “Petite Maman”, todo esto se consigue y se presenta una de las cintas más bellas que hemos visto a lo largo del año. Se siente tan pequeña en el mejor de los sentidos, que dejamos la sala con la impresión de que hemos compartido un secreto, algo que nos pertenece y que es solo entre nosotros y la pantalla.