Música del futuro.
Pequeña, preciosa y conmovedora, así es la nueva película de la francesa Céline Sciamma. Una especie de fábula, desde el punto de vista de una niña que debe experimentar el duelo de un ser querido. Una narración sencilla, no por eso menos mágica ni emotiva, sobre todo por la actuación de las hermanas Joséphine y Gabrielle Sanz.
Nelly recorre los pasillos de un geriátrico saludando uno a uno a los residentes, hasta que llega a la habitación de su abuela. Está vacía. La madre coloca las pertenencias en una caja, y ambas se van. ¿El destino? La casa familiar donde vivía la abuela. Donde vivió su mamá de pequeña. El lugar, poco a poco, también se va vaciando mientras Nelly intenta procesar lo que sucede, percibiendo la tristeza en el aire.
De un momento a otro, la madre decide irse por unos días. No está bien. En su soledad, la pequeña decide explorar el bosque; quizá buscar la cabaña con ramas de madera en la que refugiaba su madre. Es así que conoce a otra niña de la que se hace muy compinche. Juntas exploran lugares, sienten una gran conexión, hasta que de a poco irán develando un gran e inesperado secreto. Un secreto extraordinario que las ayudará a atravesar el incipiente dolor de la pérdida.
En Petite Maman, Sciamma lo hace de nuevo. Logra describir y mostrar de una manera única la sensibilidad infantil. La empatía es inmediata, identificarnos con el punto de vista de Nelly resulta casi orgánico, de la misma manera que involucra un elemento fantástico. La película es un gran acto de amor, un amor en el que se encuentran las mujeres de tres generaciones; tanto en la presencia como en la ausencia.
Sin ponerse solemne ni lacrimógena, por el contrario, la narración es estimulante y tiene momentos graciosos, se describe una situación dolorosa. Mágica, intuitiva, sensorial, la cinta es un viaje hipnótico que deconstruye de forma sutil la relación de una madre y su hija. Y que crea un vínculo indestructible entre dos personas que intentan llenar ese vacío inexplicable que deja la muerte.