Luego del éxito en Cannes de Retrato de una mujer en llamas Céline Sciamma decidió, contra todo pronóstico, no realizar una película aún más grande que aquella sino, por el contrario, se decantó por una mucho más pequeña, aunque sólo sea en cuanto a la producción. Pero esa austeridad no fue tal en lo referente al guion. Aquí todo es sutil, todo se dice en susurros y lo ideológico está tan presente como en su obra pretérita, aunque no se grite a los cuatro vientos.
Una niña sufre por la muerte de su abuela y la huida madre, a la que le cuesta lidiar con la pérdida. Al vaciar su casa, los recuerdos comienzan a aflorar y no sólo en el plano de lo mental y emocional; estos terminan materializándose.
Al conocer a otra misteriosa niña en un bosque, el filme comienza a encontrar su cauce. El bosque, lugar mitológico por excelencia, será el puente cortazariano, el lugar de pasaje de un universo a otro, como en Twin Peaks, es verdad, pero también como en Corazón de cristal, de Werner Herzog. Ese sitio ocupará un lugar central en la historia, geográfico y simbólico. Tanto para el protagonista de la película de Herzog como para la niña protagonista de este filme, el bosque es el lugar donde se buscan las respuestas que no parecen estar en el orden mundano. Sólo el tránsito hacia lo sobrenatural o mítico puede responder los interrogantes más profundos del ser humano.
Lo mágico aflora al mismo tiempo que lo lúdico. En ello puede verse la influencia del cine de la Nouvelle Vague y de otras películas francesas posteriores de aquellos directores como Cuatro aventuras de Reinette y Mirabelle, de Rohmer o Céline y Julie van en barco, de Rivette, en particular cuando las protagonistas actúan una telenovela.
El diseño sonoro completa el sentido del filme. La problemática y las distintas capas de lecturas están condensadas en los detalles, en los elementos más sutiles de la trama. El sonido ambiente está prácticamente ausente durante gran parte del metraje, sin embargo, en oposición, están en primer plano todos los pequeños sonidos inherentes a las acciones de los personajes: la fricción de la ropa, el arrastre de una silla, el cierre de una puerta, la vajilla cuando se sirve la comida. Teniendo en cuenta que el ámbito bucólico donde se desarrolla la historia, es llamativo no escuchar en abundancia los ruidos de la naturaleza, pero eso corresponde a una decisión concienzuda y atinada. Lo importante es lo sutil, no lo evidente. El riguroso cuidado de los encuadres, por momento almodovarianos, definen una ficción en donde la pequeñez de la producción no es de ninguna manera austeridad estética, bien por el contrario. Como si la directora hubiera decidido achicarse en pos de controlar todos los elementos visuales y sonoros.
El tema del filme es, sin duda, la maternidad y el deseo de procrear. Aunque lejos de las grandes declamaciones que apenas rozan la superficie, Sciamma consigue una profundidad tan sorprendente como lúcida que nos invita a la reflexión al mismo tiempo que disfrutamos de un hermoso relato.