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Philomena Lee es una adolescente irlandesa que queda embarazada. Su familia la desprecia y ella y su bebé van a parar al convento Roscrea. Philomena trabaja de sol a sol y es casi una esclava. Y a su bebé, como a tantos otros, las monjas de ese orfanato lo venden a ricas familias estadounidenses. Cincuenta años después, Philomena se anima a volver sobre su pasado, le cuenta a su hija este secreto tan guardado y, acompañada por un periodista, viajará a Estados Unidos tras los pasos de ese hijo. Quiere encontrarlo para saber qué fue de él y para sacarse de encima sus preguntas y su culpa. Es un hecho real y lo mejor que tiene este filme, convencional pero noble, son las filmaciones caseras que se pudieron recuperar de ese hijo tan perdido y tan negado. Cuando su madre llega a Estados Unidos se enterará que años atrás había muerto, que era homosexual, que fue un abogado exitoso que trabajó para el presidente Reagan y que mal o bien ahora revive para su madre desde esos filmes familiares. ¿La recordaba, sabía quién era? Stephen Frears (“La reina”) es un realizador con oficio pero muy ceñido a sus textos. Su obra es respetuosa y correcta, pero nada más. Aquí lleva con buena mano una historia cargada de resonancias. El tema interesa y lo mejor está en la parte final, cuando el filme confronta verdades y mentiras, recuerdos y realidad, cuando surge claro una crítica implacable contra la actitud hipócrita de las monjas y cuando esa madre al final comprende que a veces en la vida la verdad y la venganza deben rendirse ante la fuerza purificadora del perdón. “Philomena” es algo complaciente en la pintura de sus personajes (buenos y malos) y adopta algunos recursos fáciles, pero es una historia que invita a reflexionar sobre la culpa, la religión, el perdón, el destino y las cambiantes máscaras que adopta el pecado. Y habla de la búsqueda cargada de expectativas y esperanzas de una mujer que –tal como lo prefigura la cita de T.S.Eliot- tuvo que regresar a sus comienzos para poder darle sentido a su final.