Tibio academicismo inglés
Nominada a cuatro premios Oscar (incluso mejor película y mejor actriz), la nueva obra del inglés Stephen Frears está basada en la historia real de la búsqueda de un hijo.
Extraña trayectoria la del cineasta Stephen Frears, un buen director sin estilo. Allá lejos y hace tiempo, revolucionó ciertos cimientos apolillados del cine británico con Ropa limpia, negocios sucios y Susurros en tus oídos; más tarde exploró el policial en The Grifters, el terror académico con El secreto de Mary Reilly, la literatura pecaminosa en la excelente Relaciones peligrosas y los amores de una vida a través de la música en Alta fidelidad.
En una carrera con más de treinta obras concebidas en cine y televisión, con subas y bajas, el inestable Frears presentó hace un par de años La reina para gloria y honor de su intérprete Helen Mirren, excelente en su composición de la emperatriz eterna. Por los mismos tópicos navega el relato de Philomena, una historia construida al servicio de la dupla actoral, con filosos diálogos, lectura directa o indirecta sobre la sociedad inglesa y algún que otro dardo envenenado que se le dispara a la iglesia como institución que mete miedo. Pero siempre, como suele suceder en los films británicos biempensantes, no corriéndose de ciertos límites, mirando al conflicto desde una posición presuntuosa, flemática, invadida por una pizca de arrogancia.
Frears apela en más de una oportunidad al flashback de manera bastante pueril para narrar la odisea de Philomena Lee (Judi Dench), a quien en su juventud unas monjas le quitaron su bebé para luego ser vendido a ricachones estadoudinenses. Esta mujer creyente decide encarar el tema luego de medio siglo y para eso se necesita un personaje contrapunto, en este caso, el periodista que personifica Steve Coogan, por supuesto, ateo confeso, antisistema, defraudado con su profesión, en fin, el perfecto contraste ideológico con la inocente Philomena, ya entrada en años y que aún confía en dios y la santa biblia.
Por esos parámetros poco novedosos ronda una película filmada con la prolijidad académica de un programa de la televisión inglesa donde el sustento mayor condice con las interpretaciones y el rigor de la escritura del guión. Sin embargo, en medio de esa perfección formal que no disimula ciertos síntomas de pereza, Frears se escapa de los lugares comunes y de la lágrima fácil con la astucia que caracteriza a buena parte de su obra.
Como si nuevamente observara de costado a sus personajes, sin comprometerse demasiado con aquello que narra, Philomena resulta atendible por evadirse del maniqueísmo y del riesgo que reclamaba semejante debate dialéctico entre dos formas de contemplar al mundo. Para conseguirlo cuenta con Dench y el versátil Coogan (24 Hour Party People) a la cabeza del reparto de una película agradable, conservadora en su forma e ideal para ver a las cinco de la tarde luego de un suculento almuerzo neutralizado por un té de boldo.