La película del director de “”Cornelia frente al espejo” abre las puertas al universo del célebre bandoneonista y compositor argentino a partir de materiales inéditos filmados a lo largo de su vida. Un recorrido musical, biográfico y emocional que logra ser visualmente tan estimulante como lo es en lo musical.
En cierto punto, la película y la carrera de Daniel Rosenfeldd puede ser pensada en relación a la de Astor Piazzolla. Con sus diferencias y su distinta repercusión, claro, en cierto modo el realizador de SALUZZI: ENSAYO PARA BANDONEON Y TRES HERMANOS siempre intentó escaparle a los modelos clásicos del género en el que trabaja. Esa suerte de hermandad espiritual o estética los une. Así como Astor deconstruyó y reconstruyó en cierto modo el tango argentino, las películas de Rosenfeld intentan algo parecido: tomr un género estandarizado en diversas formas (tanto el documental convencional de entrevistas como el hoy ya casi igualmente convencional de observación) e intentar hacer, dentro de esos marcos, algo propio, personal. Algo que vuelve a conseguir en PIAZZOLLA: LOS AÑOS DEL TIBURON.
Su película es un recorrido por la carrera y la vida de Piazzolla a partir de materiales documentales inéditos encontrados después de su muerte y, en su mayoría, jamás vistos públicamente. A partir de esas horas de material filmado, Rosenfeld reconstruye una cronología y traza el perfil de una persona tan fascinante como compleja, tan talentosa como controvertida y polémica. Alguien que logró revolucionar un género musical y que, como todos los genios de algún tipo de arte, tenía sus demonios a flor de piel. Es un retrato amable y amoroso que, por eso mismo, no oculta las partes más complejas de la personalidad del retratado. Sabe desde qué lugar parte y eso tiñe toda la obra.
Rosenfeld procede con una estética que intenta, a su manera, capturar el tipo de trabajo de Piazzolla, con un pie en la tradición y otro en la modernidad, sin escaparle a algunos recursos clásicos del género (documental) y a la vez tratando de forzarlos, poéticamente, para crear algo diferente, más ambicioso y personal. Hay entrevistas, sí, pero la película jamás las hace funcionar de manera convencional ni se plantea como una cronología clásica en la que distintas personas recuerdan a un celebridad. Al contrario, lo que prima es el archivo, la música y la posibilidad de ver al propio Astor en acción, palabra y bandoneón, circulando alrededor de su profuso e internacional anecdotario, que incluye algunas situaciones desopilantes y otras hasta violentas.
Su hijo Daniel es la principal fuente, si se quiere, informativa. Y la voz de su fallecida hija Diana, desde un casete, la otra. Pero sus testimonios/grabaciones van más allá de lo anecdótico o episódico. Lo que Rosenfeld trata de hacer combinando sus palabras y el archivo es llevar al espectador a comprender la música de Piazzolla en un contexto que escape a lo literal de la biografía más un resumen de innovaciones musicales. Visualmente, el planteo de Rosenfeld es encontrar una línea casi musical en su propio relato que de algún modo reproduzca esa poética. No es sencillo el desafío, pero en general resulta muy logrado, con momentos bellísimos tanto en lo musical como en lo específicamente cinematográfico.
El cazador de tiburones (sí, ese era el principal hobby de Astor) podrá tener otras biografías que analicen su obra en un contexto más específicamente musical, pero LOS AÑOS DEL TIBURON suma el retrato humano, uno que seguramente también ayudará a entender las relaciones más específicas entre el artista y su arte, algo que queda claro en la influencia que tuvieron sus viajes por el mundo, sus conexiones con otro tipo de músicas y su apertura a combinarlas con las tradiciones del tango, que tardó mucho en aceptar esas radicales alteraciones. Esos viajes, caminos y recorridos de Piazzolla que (re)aparecen en las imágenes son casi la versión visual de su música, que es tan argentina como internacional, tan sofisticada en su construcción como cercana a la experiencia emocional.