En una sala en semipenumbras mientras el público ingresa se escuchan los sonidos de un bandoneón. Es el clima previo que predispone de excelente manera al espectador a presenciar Piazzolla: Los años del tiburón, un documental dirigido por Daniel Rosenfeld que toca algunos aspectos de la vida del gran compositor.
Desde un principio se instala en la pantalla su hijo Daniel, músico también, para traer recuerdos a través de grabaciones en cintas, cassettes, por medio de fotografías y películas caseras de su familia, compuesta por la madre Dedé Wolff, su hermana Diana y su padre Astor. Vínculo que se mantuvo desde 1942 hasta 1965 en que Piazzolla decide abandonar el hogar. Son ellos cuatro, con foco claro está en el creador de Libertango, los que ocuparán el centro de la escena. Amelita Baltar, con quien mantuvo un romance por más de cinco años, solo aparece como figura decorativa en reportajes al protagonista o cantando algunos compases de Balada para un loco. Laura Escalada, su última mujer, apenas se la menciona y sólo forma parte de los agradecimientos en los créditos finales.
Así desfilan numerosas imágenes: el primer año con las constantes operaciones y yesos de su pierna derecha; la infancia y adolescencia en Nueva York, su contacto con Gardel y la participación como canillita en El día que me quieras (John Reinhardt -1935); el primer bandoneón que el padre le trajo un día a la casa “como quien compra un ventilador” según manifiesta el artista; el regreso al país y sus primeras participaciones en orquestas como la de Pichuco en Buenos Aires; el acercamiento al maestro Rubinstein quien le aconseja estudiar con Ginastera, etapa en la que se consustancia con la música clásica.
Tambien está su primera estadía en París y la influencia de Nadia Boulanger en su futura carrera; el retorno a Buenos Aires, la formación del octeto y las furibundas críticas que recibe su nuevo concepto de “tango” lo que provoca su exilio en Manhattan con toda la familia por dos años; las penurias económicas en la ciudad del norte que contrastan con el disfrute de las imágenes caseras; la década del sesenta en la Argentina que lo llevan a la consagración en su etapa de mayor creatividad; su pasión por la pesca del tiburón y los veranos en Punta del Este y su última gran actuación en el teatro Colón como solista bajo la batuta del maestro Pedro Ignacio Calderón.
Los hijos recuerdan los desencuentros que tuvieron con Astor en la adultez. La hija escritora, exiliada en Méjico debido a su militancia sindical, se sintió ofendida cuando su padre apareció en los diarios extendiendo la mano al dictador Videla. Sin embargo, años más tarde sería quien se hiciese cargo de la biografía a pedido del padre. El hijo, que lo acompañó como instrumentista de un octeto durante unos cuantos años en la década del setenta en Italia, fue ignorado por Piazzolla durante diez años por un comentario que no fue de su agrado.
El documental no sigue una línea cronológica, las rememoraciones y las melodías se entremezclan al igual que sus distintos lenguajes musicales que renovaron la música ciudadana. El valioso material de archivo dispara imágenes con evocaciones que llegan al corazón. ¿Cómo no estremecerse ante los primeros acordes de Adiós Nonino, dedicado a su padre Vicente? Un conmovedor tributo, el mejor regalo que un hijo puede hacer a un gran creador, que dejó una huella imborrable en la historia del tango argentino. Valoración: Muy Buena