Piazzolla: Los años del tiburón
Una película sorprendente que refleja con humor y sensibilidad la audacia creativa del legendario compositor. Con gran variedad de material inédito sobre Astor Piazzolla. Ágil, entretenido y no solo para entendidos.
(Por Patricia Chaina (Especial para Motor Económico)) El ensamble de joyería está logrado y el material de archivo, casi todo inédito, es muy bueno. Con la suma de algunas secuencias, minimalistas, grabadas en la actualidad, Daniel Rosenfeld hace de Piazzolla, los años del tiburón, un relato de alta intensidad sobre la vida y la obra del polémico compositor. Revela sentimientos, muestra la voracidad de su faceta creativa y aborda su perfil más humano, no siempre diáfano. Aunque el final adolece de un impacto más expansivo donde reverbere el mítico sonar de sus acordes, quizá sea solo a causa del vacío, ante el adiós, de ese mágico y loco bandoneón.
Piazzolla en primera persona, explica: “Si no puedo tocar mas el bandoneón es que ya no puedo sacar más un tiburón y si ya no puedo sacar un tiburón es que ya no puedo tocar el bandoneón”. La cita abre una de las primeras secuencias de un documental destinado a humanizar un mito: El del músico que moderniza el tango y lo vuelve universal, en un gesto épico signado por la melancolía.
Cazador de tiburones, a la sazón. Hijo obediente, padre de Diana y de Daniel. En casi todas las imágenes en familia que ofrece el filme, a Piazzolla se lo ve hacer bromas, se ríe, es el payaso que tira bolas de nieve. Y es la magia de esa intimidad y el tono confesional del relato de familia, lo que le da cuerpo a esta nueva película de Daniel Rosenfeld, también director de “Saluzzi, ensayo para un bandoneón y tres hermanos” y de la ponderada “Cornelia frente al espejo”.
El director cuenta con valiosos registros fotográficos y de película en Súper 8, con palabras de su hijo Daniel, y con una serie de audios con la propia palabra de Astor, en conversaciones con su hija Diana. El audio en cuestión, es de una riqueza emocional sorprendente. Y Rosenfeld sabe utilizarlo. Combina esas voces con imágenes de Nueva York o Paris, de conciertos o segmentos de películas como “El día que me quieras” donde el niño Astor debuta con Carlos Gardel. Lo sigue una discusión con un periodista de la elite tanguera que reclama la potestad de la música ciudadana y lo acusa de “no hacer tango”. O se interna en los laberintos más oscuros de la popularidad.
Piazzolla habla en inglés, en francés o en italiano. Juega en la nieve. Fuma. Camina, compone “Adios Nonino”. Presenta “María de Buenos Aires”. Se presenta en hospicios con “Balada para un loco”. Adora a su hija Diana, una comprometida militante política de la generación del ‘70. Habla pausadamente. Sonríe. Compone. Toca su bandoneón. Se obstina. Viaja.
El contrapunto de imágenes logra pendular entre el humor y la reflexión. “Mi música es para pensar, no para entretenerse”, sostiene el protagonista. Y explica que el mayor enemigo de su tango no fue la elite conservadora, sino “el baile” en las pistas de aquel entonces. Y no lo dice triste, lo dice serio.
El Piazzolla de Los años del tiburón, se tensa en clave realista. Y funciona desde ahí, la paradoja y el humor guían gran parte del filme. Desde su niñez en los barrios pobre de Nueva York hasta la construcción del mito que lo aleja de las orquestas porteñas para ubicarlo en la escena universal, donde brilla la influencia innovadora de su música gestada en el cruce entre la cultura popular argentina tan latina, y el ritmo cosmopolita de Nueva York, como él explica.
Para ver, reír y pensar; para escuchar y disfrutar. Incluso para aquellos a quienes el tango, todavía no les acarició el corazón.
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Ficha: Piazzolla: Los años del tiburón (Argentina, 2018) / Dirección y guión: Daniel Rosenfeld / Montaje: Alejandro Carrillo Penovi/ Producida por: Françoise Gazio, Idéale Audience, Daniel Rosenfeld Films. Duración: 90 minutos.