El país que no miramos
Valioso y cuestionador ensayo sobre los jóvenes del conurbano que son víctimas de la estigmatización social.
Promediando los 78 minutos de este documental de Andrea Testa hay una imagen (la usamos para ilustrar esta crítica) que dice más que muchas de las palabras que se escuchan en el film. Es una toma aéreo de un muro que divide un barrio marginado de otro con casas con césped y piscinas. Es una síntesis -brutal si se quiere- de una sociedad escindida, signada por fuertes contradicciones, desigualdades y enfrentamientos.
Es en ese contexto de crecientes tensiones, paranoias y prejuicios que la figura del “pibe chorro” se ha estigmatizado a extremos muy preocupantes, más allá de que un joven cometa o no un delito. Testa -codirectora de La larga noche de Francisco Sanctis, película de ficción premiada en el BAFICI y seleccionada para el Festival de Cannes- estaba investigando el tema en el barrio 22 de Enero cercano a la villa Puerta de Hierro de La Matanza cuando Gaby, uno de los chicos que participaba del documental, fue asesinado. Y ese caso se convirtió en el eje, la guía, el motor de una película que propone un acercamiento amplio, coral e interdisciplinario a esa problemática.
El film contó con la participación del poeta y dramaturgo Vicente Zito Lema; la psicóloga social Silvia Viñas, docente de la Cátedra Libre de Derechos Humanos y Coordinadora General de Barrilete Cultural; la socióloga Ana Laura López, docente de la Cátedra Libre de Derechos Humanos; el abogado Gustavo Gallo, defensor de niños, niñas y adolescentes; la militante político-social Mecha Martínez; y Damián Quilici, artista vinculado al stand up, la filosofía villera y la cumbia.
Más allá de que a mi me pueden irritar algunos recursos (como los textos ampulosos recitados por Zito Lema) o ciertas posturas ideológicas de la realizadora y los entrevistados, se trata de un ensayo potente, por momentos demoledor, sobre el grado de deterioro social en el conurbano, un registro que intenta despegarse tanto de los lugares comunes (la denuncia horrorizada, la demagogia, la condescendencia o el paternalismo de la corrección política) como del odio del “ojo por ojo” para ofrecer un retrato humano, íntimo, urgente y visceral sobre aquellos que no tienen voz y, en muchos casos, ni siquiera derechos básicos.