Pa’ que bailen los muchachos
No hace falta ser tanguero de raza para disfrutar de un buen tango. Nadie lo afirma en Pichuco –el documental de Martín Turnes que tuvo su estreno durante el último Bafici–, pero es algo que se cae de maduro a partir de las expresiones de los entrevistados y, fundamentalmente, de las composiciones del homenajeado que se dejan escuchar a lo largo de los ochenta minutos de proyección. Que Aníbal Carmelo Troilo –de cuyo nacimiento se cumplieron cien años hace escasos meses– fue uno de los grandes de la música ciudadana es algo que pocos se animarían a discutir; para muchos, incluso, es el compositor e instrumentista de tango más importante del siglo XX. Renovador y a la vez clasicista, bandoneonista prodigioso, figura relevante en el paso de la milonga bailable a la escucha en salones y teatros. Luego de su temprana muerte en 1975, el autor de las melodías de “Sur” y “La última curda” se transformó en una leyenda y el film de Turnes intenta congeniar esas dos miradas: la del hombre detrás del artista y la del genio musical.
En la primera escena de Pichuco, un personaje importante en el desarrollo de la película escucha un tango en el estéreo de su auto y conduce hacia la intersección más famosa de Buenos Aires, casi un lugar común de la postal turística porteña. El hombre en cuestión es un investigador atareado en el escaneo de las partituras de Troilo, famoso, paradójicamente, por no saber mucho de blancas y corcheas: lo suyo era instinto y talento innatos. De allí a un aula donde un grupo de estudiantes analizará esos trazos sobre el pentagrama e intentará dilucidar las diferencias entre el papel y las grabaciones. No serán los únicos jóvenes en la película, algo que el realizador se empeña en destacar en más de una ocasión. No tendrá la masividad de antaño, pero el tango se sigue escuchando, tocando y bailando, persistencia indudablemente relacionada con su descubrimiento por las nuevas generaciones.
No hay nada muy novedoso en la forma del film: el documental se vertebra alrededor del viejo recurso de las “cabezas parlantes” (la entrevista formal a cámara), entrelazadas con diversas escenas que permiten “airear” las anécdotas y comentarios de colegas y amigos, una lista de ilustres que va de Leopoldo Federico a Adriana Varela y de Luis Salinas a Nelly Vázquez. Hay también algo de melancolía, a pesar de que esos paseos fotográficos por la zona del Abasto, el Once y Montserrat que Turnes incluye en el metraje intenten desautorizarlo. Tristeza por ese período de efervescencia y bohemia tanguera que difícilmente vuelva a repetirse. Quizá para no potenciar el efecto sensiblero, para que ese lagrimón no se piante por puro golpe de efecto, el director opta por incluir poco material de archivo, apenas algunas escenas de dos o tres películas y un par de presentaciones televisivas, entre ellas el registro de su famoso concierto en el Colón. Pichuco temina imponiéndose como un documental prolijo y sincero, que no pretende abrir nuevos caminos pero sí revelar algo del legado de Troilo a quien quiera descubrirlo.