Pichuco

Crítica de Paraná Sendrós - Ámbito Financiero

La película que se le debía a Pichuco

Nuestro cine le debía una película como ésta. Que en vez de ser puramente biográfica, evocativa, es, ante todo, una revelación de la presencia actual de Pichuco, a través de músicos que lo siguen, lo estudian, y demuestran su importancia de enorme compositor e intérprete argentino. La obra se centra en ellos, ante lo cual más de un espectador primero se desconcierta y después agradece. No estamos ante la estatua del prócer, sino ante la presencia viva de su obra.

Por eso Martín Turnes, autor de un hermoso corto sobre los jóvenes que hasta hace poco todavía cruzaban a la gente en bote por el Riachuelo, empieza "Pichuco" mostrando el trabajo de Juan Carlos Cuacci y Javier Cohen, profesores de la Escuela de Música Popular de Avellaneda, Empa, dedicados a digitalizar los 487 arreglos originales que se conservan de la Orquesta Típica Aníbal Troilo. Ellos evitan que se pierda el tesoro, lo pulen, y lo hacen brillar de nuevo ante sus alumnos y ayudantes. Un trabajo de mucha dedicación, y de hermosas satisfacciones musicales y espirituales.

A partir de allí, vendrán también los recuerdos y comentarios de otros tangueros más reconocidos, de Raúl Garello, Leopoldo Federico, Ernesto Baffa y Horacio Ferrer en adelante, los varios temas, hermosamente interpretados, la propia voz del Gordo, esa "voz de papel de lija", como él mismo decía, y su imagen en un puñado de películas y apariciones televisivas (la primera, todavía de pantalones cortos y ya tocando el bandoneón, en un bar de "Los tres berretines").

Inevitable, surge aquella histórica noche en el enorme Teatro Colón, cuando se despidió con una frase que ya anticipaba su partida: "Gracias, Buenos Aires, aguantame un poco más". Era 1975. Había empezado en 1926, en el Petit Colón, el cine de su barrio, en Córdoba y Laprida. La cámara camina veloz de contramano por la Corrientes de ahora, se desvía, cruza Córdoba, y llega hasta una placa que señala el lugar de su casa natal, en Cabrera al 2900. Casi nada queda de aquel entonces en el barrio. Pero todavía queda mucho del artista y de su música por los rincones de toda la ciudad. Y esto la película no lo dice con nostalgia, sino con juvenil energía. Vale la pena.