Como Monsters Inc. u Hotel Transilvania, Pie Pequeño adopta el punto de vista de los monstruos: aquí el protagonismo recae en un grupo de yetis. Y, por lo tanto, la medida de las cosas está dada en relación a sus enormes cuerpos: si nosotros los denominamos “pies grandes”, para ellos los humanos somos “pies pequeños”. Y, también, criaturas míticas.
Hasta que Migo, uno de los yetis, se topa accidentalmente en las alturas del Himalaya con un humano aventurero. Pero el encuentro es fugaz, y no tiene manera de probarlo ante el resto de la aldea. Es más: el jefe lo expulsa del pueblo por contradecir a las piedras sagradas, que establecen que los pies pequeños no son reales. Entonces, Migo parte en una expedición para conseguir las evidencias de su relato. En ese descenso a los valles lo acompaña una pandilla de adolescentes que lleva años investigando el asunto de los pies pequeños.
Como casi todas las películas infantiles, Pie Pequeño viene con moraleja. En este caso el planteo gira en torno a los mitos, leyendas y las creencias religiosas, y su eterno enfrentamiento con el conocimiento científico. Porque el jefe -atención, spoiler- sabe que los humanos existen, pero mantiene adrede a los yetis en la ignorancia.
Teme que se enteren de la verdad y quieran entrar en contacto con los humanos, algo que, dado el carácter dominante y destructivo de los hombres, podría llevarlos a la guerra y tal vez la extinción.
Hay también una crítica al rating y el afán de fama y aprobación que generan las redes sociales: esto está representado por Pie Pequeño, que conduce un programa de viajes y es capaz de cualquier cosa con tal de lograr un “me gusta” o un click más.
Todo esto está contado en una narración ágil y entretenida. Lástima que aquí -una tendencia en preocupante aumento- sólo se estrene la versión doblada: las canciones dejan bastante que desear.